Me tengo que referir, no podía ser
de otra manera, a Serafín Becerra Lago, que veo que ha
fallecido, días pasados, mientras que yo estaba de
vacaciones, fuera de Ceuta.
En el momento de las despedidas, siempre se elogia a la
persona que se ha ido, aunque mientras vivió no se hubiera
tenido el menor contacto con aquel que nos acaba de
abandonar, pero en este caso creo que habrán sido muy pocos
los ceutíes, especialmente de hace 25 o 30 años que no hayan
recurrido a Serafín para que les echara una mano, en
cualquiera de las parcelas que podamos tocar en Ceuta.
Yo mentiría si dijera que era muy amigo suyo, porque
realmente no lo fui, aunque siempre tuve muy buenas
relaciones con él, porque era una de esas personas que no
volvía la cara a nadie y con cualquiera, especialmente si
vivía en Ceuta, hacía todo lo posible para que se encontrara
a gusto en estas tierras.
Sé que en los últimos años, cuando él ya estaba muy alejado
de la política y de todos los comadreos y compadreos que
ahora se traen entre manos los que han hecho de la política
su verdadera profesión, él no terminaba de comprender como
se podían ir degradando tanto una serie de actividades que,
antaño, servían para intentar mejorar la situación de
España, mientras ahora sirven para engordar sus propios
bolsillos.
Serafín, que fue parlamentario con el régimen del General
Franco y, también, lo fue con la UCD, volaba si era preciso
para tratar de lograr algo para Ceuta.
Eranotros momentos, la economía no había hecho más que
asentarse y no había tanto para el despilfarro y las
corruptelas. Pero de eso poco que había, cada vez que podía,
sacaba algo, esa pequeña tajada que le debía corresponder a
Ceuta.
Nunca, de todos los años que estuvo dentro del mundo
político, oí a nadie que se hubiera enriquecido con el
cargo. Cumplía como el mejor, se entregaba las 24 horas del
día, pero ni él, ni sus familiares o amigos, lograron sacar
tajada de los cargos que tuvo Serafín Becerra Lago.
Con esto, es el mejor elogio que podemos hacer de un hombre
que estuvo en Las Cortes con dos tipos de sistemas, la
dictadura ya reblandecida y los comienzos de la democracia,
con Adolfo Suárez, al que Serafín Becerra adoraba.
Y cuando llegó el momento de decir adiós, allá por los
últimos días de octubre de 1982, se marchó en silencio, se
dedicó, desde entonces, a sus propios asuntos, jamás
incomodó a nadie, no fue ningún tipo de pedigüeño que fuera
buscando “algo de los mío”, que tanto se estila desde hace
años. Nada de eso aparece en la biografía de Serafín Becerra
Lago, en esa trayectoria de honradez y de eficacia, sin
traspasar la línea se separa la cordialidad y la honradez de
la golfería.
Hoy, cuando la casta política es la tara más vergonzante que
existe en nuestra sociedad hablar de un ex político que no
entró en todas esas zarandajas, es un lujo que muy pocos de
los dedicados a esa nueva profesión pueden presentar como
auténtico aval.
Es lo más y lo menos que podemos decir de un hombre honrado
que nos acaba de abandonar y por ello no podía dejar pasar
la ocasión de decir que Serafín Becerra Lago fue un
parlamentario honrado. Así fue y así, con sumo gusto, lo
puedo decir hoy.
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