Llovía ayer con ganas, para
variar, en la desembocadura del caudaloso Bougregreg. Una
húmeda madrugada dio paso por la tarde a un cielo gris y
encapotado, con lluvias y claros, mientras pese a ciertos
defectillos de forma pero merced a la cortesía y amabilidad
de la diplomacia egipcia en Rabat lograba tener en mis
manos, a última hora, el ansiado y preceptivo visado para
volar mañana vía Casablanca hasta El Cairo donde, voto a
Breogán, confío poder secar los huesos durante dos apretadas
semanas al cálido sol del fértil delta del Nilo.
No solo Egipto, ese gran país, es un “don del Nilo” como ya
advirtió el historiador griego Herodoto. Nosotros,
Occidente, también. Si a nuestra honda base cultural
grecorromana va superpuesta la cultura judeocristiana (y
aunque en menor medida también la islámica), nuestro
ancestro cultural más profundo hunde sus raíces desde Menfis,
en el Imperio Antiguo, para eclosionar en el Imperio Nuevo
hacia el 1374 ADEC (Antes de la Era Común) con la peculiar
revolución monoteísta (con un toque panteísta) de Akenatón,
el “faraón hereje” (¿trasunto del profeta Moisés?) y su
bella esposa Nefertiti. La historia no solo empieza, de
forma atípica por cierto, en Sumer. Sigue y queda anclada,
por siglos, en Egipto. Y muchas de nuestras creencias
derivadas del común padre Abraham (escribo de judíos,
cristianos y musulmanes, los “tres hermanos” separados)
pueden perfectamente rastrearse en la densa y prolífica
herencia cultural del majestuoso país del Nilo. Sin
renunciar a lo ya conocido y la herencia del Fértil
Creciente debemos ir asumiendo que, cultural y
religiosamente, somos hijos en verdad del Antiguo Egipto.
Todos los caminos conducen, no a Roma, sino al Nilo.
Tras el proceso puesto en marcha por la mal llamada
“Primavera Árabe” y la retirada del “rais” Mubarak (sucesor
de Sadat tras el complot en que este es asesinado en 1981),
Egipto se ha convertido en un peculiar e inmenso laboratorio
social al que aún le queda un largo y complejo camino por
recorrer y experimentar. No sé si el espíritu aperturista y
revolucionario de talante laicista de la simbólica Plaza
Tahrir (Liberación) ha sido traicionado, pero ha quedado
claro que la marea islamista de los Hermanos Musulmanes que
se había quedado inicialmente al margen ha sabido
capitalizar el momento, merced en buena medida a su
disciplina y capacidad organizativa, haciéndose en buena
medida con el poder político mientras, desde sus
acuartelamientos, el poderoso e influyente ejército egipcio
observa el tablero. Hay mucho en juego pues si, por un lado,
es verdad que en el seno de la mayoritaria comunidad
musulmana, sobre 70 millones de personas, confluyen
diferentes tendencias claramente contrapuestas (en el campo
del islamismo los Hermanos Musulmanes parecen haber apostado
por la real politik, mientras los extremistas salafíes
abogan por una política dogmático-sectaria y de máximos) con
una minoritaria pero activa sociedad culta, de tendencia
claramente reformadora y aperturista, egipcia es también la
minoritaria comunidad cristiana (los coptos en sus tres
ramas, la mayoritaria ortodoxa, la católica y la
protestante), unos 8 millones de almas, que están siguiendo
con gran aprehensión los acontecimientos pues se saben
blanco seguro (aunque no el único) del terrorismo yihadista.
Las revoluciones son siempre aguas turbulentas. Y en este
largo y complicado proceso Mursi (representante de los
Hermanos Musulmanes) debe tener claro que él es, hoy por
hoy, el presidente de todos los egipcios. Egipto no es solo,
por su dimensión geográfica y humana, el gran país árabe. Su
estabilidad es un referente en todo Oriente Medio. Si En
Egipto las reformas (y la convivencia social y confesional,
junto al progreso económico) se consolidan se habrá dado un
gran paso hacia adelante. Y el futuro del país, tanto a
nivel interno como cara al exterior, solo es posible en un
marco de confianza y estabilidad. Hagamos votos por ello.
Inch´Alah. Salud y coraje. Visto.
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