Coincidiendo con el aniversario de
la creación de la Organización Mundial de la Salud en 1948,
el siete de abril, y considerando que la felicidad radica
ante todo en la salud, se me ocurre sembrar una serie de
advertencias, sin obviar el entusiasmo de la alegría como
ingrediente principal en el compuesto de la energía. En los
últimos tiempos, también hemos retrocedido en la cobertura
sanitaria universal. Las políticas sanitarias en el mundo
dejan sin una asistencia sanitaria de calidad a buena parte
de la ciudadanía, siempre los más pobres y los más
vulnerables. No hay dinero para prevenir las enfermedades,
tampoco para promover estilos de vida más saludables, y
mucho menos para proteger a las personas de las amenazas
para la salud como las pandemias; en cambio, si hay dinero
para armamento, para derroches, para que el rico siga
acrecentando su riqueza. La imposición de tasas a los
usuarios de los servicios sanitarios, lo que hace es impedir
que las personas con bajos ingresos económicos puedan
acudir. Una regresión totalmente injusta e inhumana que debe
hacernos recapacitar. Tanto es así, que la asistencia
sanitaria hoy ya es un privilegio para algunos, en este
mundo crecido por la injusticia y la falta de ética.
Sin duda, la asistencia sanitaria es un poderoso factor de
desigualdad y expresión última de crueldad. Cada país, por
tanto, debe labrar su propio camino de prioridades. La salud
pública debiera ser una preocupación fundamental para todas
las autoridades. Normalmente la gente prefiere recibir
asistencia sanitaria lo más cerca posible del lugar en el
que reside, por lo que no es de recibo cerrar centros de
salud, puesto que es un derecho humano. Sin embargo, se
permite el gasto irracional en proyectos faraónicos de
difícil utilización. Lo primero son las personas. Por tanto,
a mi juicio, debe de hacerse más hincapié en la necesidad de
prestar una salud integral e integradora, donde nadie quede
excluido de la prestación sanitaria. Evidentemente, ha de
prestarse mayor atención a los países que atraviesan por
dificultades, que soportan una carga desproporcionada de
enfermedades y mortalidad. No podemos, pues, aceptar
sistemas sanitarios que no ofrecen el acceso a todo el
mundo, ya sean ricos o pobres.
Mientras el mundo se enfrenta a los desafíos conjuntos de la
desaceleración económica, la creciente globalización
conllevará un aumento de enfermedades, y, por consiguiente,
las demandas de la atención a los enfermos serán cada vez
mayores. A mi juicio, los gobiernos deberán trabajar por
encontrar los recursos precisos para la financiación
sanitaria para hacerla extensible y, al mismo tiempo, se
deberán establecer medidas de control para utilizar los
recursos de una manera óptima. Invertir en salud es tan
preciso como necesario. Es el mejor avance. La vida y la
salud tienen que ser nuestros bienes más preciados. En esto
no podemos, ni debemos, entrar en crisis. El mundo, para
ello, debería lanzar la idea de asegurar a todos los
moradores del planeta, una respuesta urgente y coordinada
para reducir al mínimo cualquier amenaza en materia de
salud.
Estoy convencido de que todos los países pueden hacer más
por mejorar la situación sanitaria de su pueblo. Los
servicios de salud han de ser accesibles y asequibles a toda
la humanidad. Es cierto que las necesidades sanitarias de
todas las poblaciones crecen sin cesar y se ha de hacer
frente al aumento de los costos de dichos servicios, pero la
solución no pasa por introducir una tasa por dicho servicio,
sino por lograr una cobertura sanitaria universal
sostenible. Al fin y al cabo, de lo que se trata, es de
recaudar más fondos para la salud. Y esto, hay que llevarlo
a cabo de modo equitativo y el gasto de manera eficaz. El
simple hecho de gastar de manera más inteligente, no tengo
ninguna duda que ya incrementaría, en positivo, la cobertura
sanitaria mundial. Ciertamente, no se puede cambiar la salud
por el negocio, ni la transparencia por el poder. Lo
fundamental es la realización de investigaciones sanitarias
y la aplicación de sus resultados para ayudar a fomentar
comportamientos saludables.
Desde esos comportamientos sanos, debe partir nuestra
solidaridad. Por consiguiente, el esfuerzo por asistir se ha
de extender a todo ser humano, puesto que esa atención
sanitaria va desde el cuidado del enfermo hasta los
tratamientos preventivos, buscando el mayor desarrollo de la
persona y favoreciendo un ambiente curativo. En el fondo,
todos tenemos el fuerte compromiso de tutela y de cuidado,
es un deber de adhesión que no excluye a nadie, ni siquiera
a los que por su propia culpa han perdido la salud.
Precisamente este año, para el día mundial, se ha elegido el
tema de la hipertensión, algo que nosotros mismos podemos
reducir, siguiendo una dieta equilibrada, evitando el uso
nocivo del alcohol, haciendo ejercicio con regularidad,
manteniendo un peso saludable, evitando el consumo de
tabaco. O sea, activando el cuerpo de manera sana y que la
mente repose.
En definitiva, que todos estamos obligados a crear entornos
que favorezcan comportamientos saludables, mediante unas
políticas públicas más acordes con los nuevos tiempos. De no
corregir estos desajustes en la asistencia sanitaria,
continuarán las regresiones en materia de salud, y muchas
poblaciones desfavorecidas perderán el tren de la vida. Sin
duda, el cambio climática y la inseguridad alimentaria, las
fuertes tasas de desempleo, van a tener grandes
repercusiones en la salud en los años venideros, de manera
que una respuesta a tiempo será la mejor manera de afrontar
el futuro. Es buena la unidad de acción y los llamamientos
en pro de la atención integral universal, pero ha llegado el
momento de las actuaciones concretas. Y aún mejor es el
entusiasmo por la cobertura universal en un mundo en el que
las desigualdades sociales y de ingresos se han disparado.
Ahora bien, este acceso a la asistencia sanitaria y a los
medicamentos esenciales resultarán más beneficiosos si se
distribuyen apropiadamente y son utilizados correctamente
por los pacientes. Ya saben, a veces conviene cerrar un ojo,
pero no es prudente cerrar ambos a la vez, puesto que con la
salud no se juega.
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