El fenómeno de la inmigración
clandestina es una cuestión a resolver. La preocupación de
los países desarrollados por la creciente presión migratoria
es una constante. Conocidas son las cuestionadas medidas del
gobierno británico contra el acceso de los inmigrantes a
beneficios sociales al igual que, esta semana que empieza,
la Unión Europea muestra su preocupación que dejará patente
en Rabat ante el gobierno marroquí la Comisión de
Inmigración del Consejo de Europa (de la que forma parte la
senadora por Ceuta, Luz Elena Sanín), con la preocupación de
las vidas humanas que hay en juego y el flujo que provocan
en las distintas fronteras europeas.
La evidencia de los datos es lo más concluyente y el repunte
que se ha registrado en el último año ha sido un indicador
al alza que denota un hecho: la inmigración lejos de remitir
va “in crescendo”, a pesar del buen trabajo de la Delegación
del Gobierno en Ceuta y la colaboración de Marruecos. Se ha
cambiado el “modus operandi”, pasando de la precaria patera
a la no menos precaria balsa hinchable; en algunos casos,
bordeando la costa, como cuando lo hacen desde Marruecos a
Ceuta y en otros, de manera más arriesgada, adentrándose en
alta mar. Se aprovecha el buen tiempo para este tipo de
viajes hacia un mundo mejor y más próspero, si bien la
capacidad de absorción de los países receptores no es
ilimitada.
Se quiere regular y poner coto a una situación clandestina
de dimensiones desproporcionadas y de profundo calado
social. No se olvide que este flujo de personas, aparte de
la manutención requieren atención sanitaria, alojamiento y
medios de vida. Un conjunto de necesidades que, en la España
de la crisis económica, resulta harto difícil atender por
mas que la solidaridad ha sido una de nuestras señas de
identidad.
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