PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura
Melilla

Opinión
Archivo
  

 

 

OPINIÓN - DOMINGO, 31 DE MARZO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Llorando bajo la lluvia
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Atrás han quedado las lágrimas derramadas por tantos y tantos cofrades que vieron cómo sus pasos debido a la inclemencia del tiempo no pudieron salir del templo o sufrieron las consecuencias de la lluvia estando ya en plena calle.

Lágrimas por doquier. Las que hemos visto gracias a las retransmisiones televisadas de las procesiones. Escenas que se vienen repitiendo desde hace muchos años. Y que se han convertido en una parte más de un espectáculo público que sigue cautivando a quienes lo tienen asumido como una tradición.

Una costumbre apasionada que pasa de padres a hijos sin solución de continuidad y que les lleva a cumplirla a rajatabla. Es una especie de mandato familiar. Quién no ha oído decir en mi casa somos todos del Cristo de la Buena Muerte o de la Macarena. Por ejemplo.

He aquí una forma de fe que propicia que haya muchas personas que se jactan de pertenecer al mundo de la filosofía y la razón y sin embargo están deseando la llegada de la primavera para participar en una ceremonia religiosa cuya popularidad no decrece nunca.

Se me viene a la memoria la anécdota del camarero sevillano que viene en ‘El español y los siete pecados capitales’. Reza así: Ante la duda de unos forasteros viendo el paso de “El Juicio de Pilatos” sobre quién era la figura que se inclinaba al procónsul romano aconsejándole, contestó: “¿Esa? ¡Esa es la que por poco nos deja sin semana Santa!”. Para el buen sevillano dos mil años de cristianismo habían existido para que la ciudad del Guadalquivir celebrase su hermosa festividad.

Una festividad barroca. No olvidemos que el arte barroco, según han dicho quienes saben, es el arte de la propaganda. Y la Iglesia ha sentido siempre la necesidad de excitar, impresionar, desconcertar y abrumar a la gente.

El espectáculo de las procesiones atrapa: hay música, flores, túnicas, escolta militar, autoridades, cirios, adornos, colores… Suena la saeta y la brisa se divierte con cuanto puede mover a discreción. Las calles están atestadas de personas desbordadas por la emoción. Son participantes de una gran representación.

La Semana Santa, además, desata el fervor de católicos practicantes y de cuantos no los son. Si a las iglesias acudieran los domingos una parte mínima de las gentes que salen a las calles para emocionarse con el paseo de las imágenes, seguramente habría que hacer templos de cuatro y cinco plantas. Y en cantidad.

Hubo un tiempo en el cual las autoridades religiosas no hacían buenas migas con los cofrades. Incluso les molestaba ciertos comportamientos de los capillitas. Pero, como en la Iglesia los tontos escasean, pronto se dieron cuenta las autoridades eclesiásticas de cómo las hermandades propiciaban y propician la mejor manera que tiene el español de establecer una relación directa con Dios. Y dejaron de poner obstáculos a la cosa.

En fin, que los desfiles procesionales siguen siendo la mejor ceremonia religiosa de la Iglesia española. A la que va la gente sin necesidad de intermediarios. La pena es que siga celebrándose en días correspondientes a una estación donde las aguas bajan bravas y con insistencia. Aunque el llanto de hermanos de todas las edades, causado por tales inclemencias impedidoras del lucimiento de sus figuras devotas, me parece que forma parte fundamental de la ceremonia. Sí, el llorar de los penitentes supone un elemento religioso más para que el drama adquiera su máxima expresión.
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto