Cada día necesitamos más
referentes honestos. Este mundo global precisa, como jamás,
puntos de referencia esenciales para todos los ciudadanos.
Nos hemos dejado despojar hasta la propia conciencia. Con la
poca atención prestada a los principios morales perdimos las
buenas costumbres. Qué pena y qué dolor. Por desgracia, el
sentido moral de las cosas ha desaparecido y nada es lo que
parece. Adormecida el alma todo es posible. A diario nos
dejamos robar la libertad y asumimos que sea privilegio de
algunos. Nos sustraen la dignidad humana y aceptamos que así
sea. Creemos que es un signo de los nuevos tiempos dejarnos
sin esperanza. Pensamos que la ilusión es patrimonio de
algunos, y aunque nos dejen totalmente frustrados, nos
imbuimos de resignación.
Pues, no. Es hora de no resignarse ante tantas tropelías al
ser humano. Debemos rebelarnos contra el mal. Lo peor es
caer en el desaliento. Hace bien el Papa Francisco, de alzar
su voz y de llamar la atención al pueblo creyente sobre el
seguimiento de Jesús y la alegría cristiana. “Nunca os
dejéis vencer por el desánimo”, ha dicho. La decisión de no
ceder al desaliento ante las dificultades, por muy numerosas
y grandes que sean, ya es una actitud de cambio por sí
mismo. De ninguna manera podemos, ni debemos, permanecer
indiferentes ante los que quieren truncar nuestras ganas de
vivir. No en vano, una vida sin entusiasmo es como un largo
camino sin posadas.
No es justo que determinados gobiernos roben a la
ciudadanía, el futuro y la confianza en el futuro. El Papa
Francisco debió pensar que la esperanza cristiana ha perdido
también fuerza en el mundo de hoy. En todo el planeta hay
una sensación de miedo, de desesperación. También hay mucha
arrogancia y endiosamiento. Frente a estos modos y maneras
de vivir desorientadas, sólo cabe la unidad de todos para
reconstruir, con toda humildad, otro mundo más humanizado. A
veces no vemos el camino, porque lo que realmente buscamos
es una mera esclavitud. Cuántas veces en la vida diaria se
manifiestan engaños y odios, de los que el ser humano es
autor y, a la vez, víctima.
Terrible situación. Un pueblo que camina sin esperanza jamás
puede crecer en humanidad. El continuo desprecio a los
derechos fundamentales de la persona son graves tragedias,
que nos dejan sin alma. Este tipo de hechos humillantes o
degradantes lo que demuestran es una actitud totalmente
irresponsable e irrespetuosa por parte de algunos seres
humanos. La comunidad internacional deberá actuar ante estas
bochornosas realidades y ofrecer destellos de esperanza a un
mundo que parece írsenos de las manos. Desde luego, si
fallamos en la responsabilidad de cumplimiento de los
derechos humanos, es evidente que gana terreno la
destrucción y el corazón de cualquier vida humana va a
quedarse desprotegido.
En cualquier caso, debemos saber que todo en esta vida es
esperanza. Si la perdemos, o nos la roban, perdemos parte de
nuestra propia existencia. Las sociedades que caminan
desesperanzadas, llevan consigo un cúmulo de
desesperaciones, y bajo esta atmósfera es muy difícil poder
avanzar. Somos mucho más que un producto a la intemperie del
poder político y económico. Hemos de poder discernir y
buscar nuevas razones de convivencia a través de un progreso
menos materialista y más espiritual, que conlleve un avance
en la ética humana con el crecimiento interior de la
persona.
Esta es la cuestión, el crecimiento moral de la humanidad.
Bajo este desarrollo será posible realizarse y reconducirse,
esperanzarse y revivirse. Ante cualquier adversidad, lo que
siempre nos salva es la esperanza. Dejarla robar sería,
pues, como destruirnos. Es el único bien social común a
todas las razas. Al fin y al cabo, somos caminantes que
vamos de una esperanza a otra. Dicho queda.
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