Nadie en su familia había hecho jamás teatro y él nunca se
había subido a un escenario. De hecho, ni siquiera recuerda
haber participado en las clásicas funciones escolares. Pero
un día le retaron. ¿Qué pasa, Pedro, qué no te atreves? Y él
se lanzó a la piscina. El día que cumplía 49 años estrenaba
su primera obra dirigido por el que unos meses atrás le
retó, el director del Centro Dramático de Ceuta, Manuel
Merlo. Era el 28 de noviembre de 2003.
Pedro Alonso Menlle tiene 58 años y los últimos diez se los
ha pasado descubriendo una pasión, la del teatro. Una pasión
que ayer estaba de fiesta porque desde 1961, y promovido por
el Instituto Internacional del Teatro, cada 27 de marzo se
conmemora el ‘Día Internacional del teatro’.
Una afición que, además, le dejó huella. “Al universo
notorio, si un punto de penitencia me salva del Purgatorio,
es el dios de la clemencia el dios de don Juan tenorio”.
Palabras de un clásico que casi una década después sigue
recordando como si las declamara ayer. Y es que fue
precisamente Don Juan Tenorio la obra con la que Merlo le
retó. Al principio, con un personaje secundario en una obra
que representaron en las Murallas Reales y con seis
escenarios. Un año después interpretó al encomendador. El
reto aumentó y siendo aún un neófito de este arte, Merlo le
propuso interpretar un monólogo que duraba una hora y
cuarenta minutos, La sombra del Tenorio, de José Luis Alonso
de Santos. “Estudiaba en la ducha, me iba a la cama con el
papel y en dos o tres meses lo preparé”, recuerda Alonso,
que superó con creces el reto.
Después le siguieron otras representaciones: monólogos y
obras corales. “Es curioso lo distinta que es la manera de
trabajar según cuántos actores haya en escena, en un
monólogo estás solo en el escenario, es muy duro y agotador
pero me gusta mucho; en las obras corales tienes compañeros
en los que apoyarte”. Viajando a la Navidad, la obra que el
Centro Dramático representó la pasada Navidad ha sido su
último papel. “Hacía de malo y me divertí mucho”, recuerda.
Un papel que le permitió que los niños le reconozcan por la
calle y le tengan miedo. “Estaba comprando en una tienda y
había una niña que no se movía del extremo contrario a donde
yo estaba”.
Precisamente personajes de malo, de abuelo, de directores,
con voz ronca, ‘cuerparón’ y mucha presencia son los que
mejor le van, asegura. Le ha costado más esfuerzo y
dedicación poner en escena a otros personajes como el que
interpretaba en Ninette y un señor de Murcia, de Miguel
Mihura, un pueblerino pazguato que la primera vez que sale
de su pueblo viaja a París y se enamora de una parisina.
“Ese fue mi personaje más difícil; el teatro es un trabajo
bonito, un esfuerzo intelectual fuerte y se está a gusto”,
explica Alonso, como razones que le engancharon a esta
afición, en la que asegura haber evolucionado y aprendido
mucho en los últimos años de trabajo.
Por su parte, la obra que en conjunto más complicado le ha
resultado fue Doce hombres sin piedad, de Reginald Rose.
“Era una mesa de un jurado y los doce actores estábamos toda
la obra sobre el escenario, tuviéramos o no papel, y había
que mantener la tensión dramática”, explica.
Arsénico por compasión fue la obra que más risas le regaló.
Interpretaba a un loco y tuvo que dejarse una barba por la
que su mujer le retiró la palabra un par de días. Divertido
y tierno, Alonso recuerda en su entrevista con EL PUEBLO con
motivo de esta jornada de homenaje, esta pasión que conoció
en la frontera de la media década, pero si le preguntan por
la función reivindicativa de este arte, contesta: “Yo soy
anárquico, yo soy sólo actor”. “El teatro lleva en crisis
toda la vida, el cine y la televisión le hicieron daño, la
crisis le ha hecho daño y, para completar el círculo, le
suben el IVA. Nosotros somos una compañía aficionada, pero
la gente que pretende vivir del teatro, lo tiene
complicado”, lamenta. En 1985, Alonso llegó a Ceuta,
procedente de su Pontevedra natal. No sabía por aquellas que
en esta tierra le esperarían muchas tablas.
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