Hola Ceuta.
Hace dos días que salí de casa, en Mataró, acompañado por mi
hijo pequeño, mientras mi mujer hace de Rodríguez por
primera vez en los catorce años que llevamos hilando la
hebra y otras cosas.
Con mi fiel y viejo Mercedes me he plantado, en cinco horas
y media, en la casa de uno de mis hermanos, el más pequeño
pero el más grandullón, en una ciudad que en tiempos del
Paco “El del Pardo” presumía de ser el municipio más grande
del país.
Me estoy refiriendo, como muchos de Vds. queridos e
hipotéticos lectores habrán adivinado, a Lorca, ahora
llamada Ciudad del Sol.
Un fin de semana con mi hermano y su familia en su
formidable piso con una no menos formidable terraza con
amplias vistas a una maraña de edificaciones donde antes se
veía la alegre y ‘pimentonera’ huerta murciana.
Lorca ha cambiado mucho, tal vez por el terremoto que
sufrió, pero más que nada por esa locura inmobiliaria de la
que aún, hoy en día, estamos sufriendo sus terribles
coletazos.
La casa de mi hermano está ubicada, tocando a pie, casi al
lado de la iglesia cuya campana tomó las de Villadiego hacía
abajo y en la principal arteria urbana donde, una semana al
año, reaparecen las cuadrigas romanas de los tiempos del que
se lavaba las manos. Como fantasmas del pasado.
No os preocupéis. No os voy a soltar una crónica de la
Semana Santa lorquina. Para eso están los profesionales de
la información locales, pero sí os voy a escribir que esa
arteria principal me llamó la atención porque está cubierta
por una gruesa capa de roca molida, para evitar que los
caballos sufran lesiones en los abductores de sus palilleras
patas cuales futbolistas de élite, como mínimo, si no se
descalabran del trompicazo que se pegarían.
Tanto mi hermano y su familia han preferido permanecer en la
casa, con mi hijo pequeño y conmigo como invitados de honor,
aunque eso del honor pase porque uno mismo se encargue de
cocinar una paella de mariscos.
Hemos platicado, largo, tendido, fumando y ante una botella
de “Chivas Regal” tan vieja como nuestra transición a la
democracia aún no consumada, de varias cosas con la política
en término medio entre el hartazgo y la monotonía socio-pepera.
Por cierto, me alegró muchísimo la presencia de mi sobrino
favorito y su bellísima esposa, marroquí por más señas. No
pude ver a mi guapísima sobrina porque anda por los
alrededores de Oxford o Cambridge, sí hombre, en el país al
que muchos de vosotros miráis con un ojo mientras con el
otro apuntáis al peñón.
Hemos recordado tiempos de nuestra ciudad natal, de nuestros
ancestros, pero sobre todo, de nuestros padres y sus
andanzas por entonces cuando concurrían a “Er Contró”, hoy
Tertulia Flamenca.
Podéis estar tranquilos, queridos e hipotéticos lectores,
porque esta semana he desconectado las células grises que
almacenan los cambalaches políticos y no escribiré opiniones
“terroríficas”… sólo ésta semana, por ser Santa.
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