Como todos los dragaminas, también este llevaba nombre de
río. Pero el Guadalete se haría tristemente famoso por la
tragedia que protagonizó. Al anochecer del 24 de marzo de
1954, el dragaminas Guadalete zarpaba de Ceuta para realizar
una vigilancia rutinaria de tres días, desde Larache hasta
las islas Chafarinas. Nunca llegó a destino porque alrededor
de las seis de la tarde del día 25, el barco se hundía a
unas 18 millas a levante de Punta Almina.
Ayer se cumplían 59 años de la tragedia del Guadalete y
Eumenio Prieto Fernández fue uno de los pocos
supervivientes. Casi seis décadas después y por primera vez
-cuando se fraguó la tragedia, desde las Fuerzas Armadas les
prohibieron expresamente hablar con la prensa- el entonces
marinero especialista relata su historia de náufrago. Dice
que el secreto no fue tener suerte, sino creer en todo
momento que se iba a salvar. “No te preocupes que no nos
vamos a morir, somos jóvenes y no nos vamos a morir”, le
dijo a un compañero. “Yo nunca pensé en morirme, sabía que
llegaría a un lado o a otro”, asevera.
De 78 tripulantes que viajaban en el Guadalete, sólo
sobrevivieron 44. Todos ellos, gracias a un barco que los
vio por casualidad en mitad del naufragio. No pudo acercarse
a rescatarlos, pero a quienes llegaban nadando a él, los
acogía. Fue el caso de Prieto. Pero aún tendría que esperar
casi 19 horas de travesía y cuatro de naufragio.
Salieron del Muelle España y ya había temporal. “Con el
tiempo que hacía, lo normal era no haber salido, pero era el
primer viaje que iba a hacer el comandante, que era quien
mandaba el barco, y como acababa de llegar destinado al
barco, creo que le resultó un poco violento tener que decir
en la Comandancia de Marina que no salía porque estaba la
mar muy mala. Así que salió pero nada más llegar a Punta
Almina, empezó a entrarnos agua por todos lados”, recuerda
Prieto.
A las seis de la tarde, y entre Estepona y Marbella, aunque
ellos sólo veían agua, es cuando se hundió el barco. “Entré
de guardia a las doce de la noche y estuvimos toda la noche
y todo el día esperando a que vinieran a rescatarnos”,
lamenta. Pero el barco de ayuda no llegaba. Debía de salir
de la Carraca de San Fernando (Cádiz) un barco pero al
parecer -explica- cuando iba a salir del puerto, sufrió una
avería. “Mandaron entonces a otro, pero cuando llegó, ya
sólo pudo recoger a los muertos que encontró por el agua”.
Sólo pudo coger cuatro o cinco cadáveres, el resto de
cuerpos se perdieron en el mar.
Un barco mercante fue el que los avistó. Un grupo de
marineros pudo subirse a una barca. Otros llegaron pero al
intentar entrar se golpeaban contra el costado del barco y
morían. Alguno logró entrar y falleció a bordo de hipotermia
y agotamiento. Prieto se enganchó a un enjaretado, una
especie de celosía de madera que tapaba un motor de la
estación de radio y que se había salido de su sitio. Le
sirvió de salvavidas. Logró llegar al barco. Intentó subir
con una cuerda pero se cayó al mar en el intento. Después le
lanzaron un salvavidas y logró subir hasta la sala de
calderas. “Yo nada más toqué con el vientre el barco, pensé
ya estoy salvado”, recuerda.
Junto a él se enganchó otro compañero, un marinero gallego
apellidado Fariñas del que sabe que, como él, sobrevivió,
pero al que no ha vuelto a ver.
Hace unos años, un superviviente de aquella tragedia quiso
recordar a los que pasaron por esta experiencia. Pero Prieto
tiene 80 años y era uno de los más jóvenes. Tenía entonces
21 años. Lamenta que no se les recuerde, que el Gobierno
local no les haya tenido presentes en la memoria histórica.
En casi sesenta años, el único acto en Ceuta relacionado con
aquella tragedia ha sido -explica Prieto- una misa
coincidiendo con el cincuenta aniversario del hundimiento,
en la que en realidad se festejaba la virgen del Carmen. En
las tumbas de los que fueron enterrados en Ceuta, nunca
nadie pone flores, lamenta Prieto.
El largo regreso a casa
Una vez salvados, no todo estaba solucionado. Los puertos
estaban cerrados y sólo permanecía abierto Gibraltar.
Quisieron llevarlos a Italia, pero dudaban de que en las
condiciones en las que estaban, sobrevivieran. El Gobierno
español alcanzó un acuerdo y les llevaron a Gibraltar. De
aquella bahía a Algeciras en un barquito de travesías. Cruz
Roja y Protección Civil les recibió, les dio ropa y
alimentos, además de café o coñac. Les repartieron entre
hospitales y hoteles. Después, siete meses en San Fernando
esperando un nuevo barco hasta al fin volver a Ceuta en el
Eume. A la familia, la avisó el Ejército de que se había
salvado porque ellos no podían contactar.
“Había sido fallo de todo el mundo, el barco se hundió
entero”, concluye. Eso sí, él -que tras ocho años más en la
Marina, dejó el Ejército como cabo I y se hizo tendero en
Ceuta en el mercado y después policía local- superó esa
experiencia y no necesitó de apoyo psicológico. Así se lo
recuerda a su nieta, que es psicóloga. Él vio muertos a su
alrededor y billetes de 1.000 pesetas que flotaban por el
agua. Superó aquellos recuerdos. “Ahora todo el mundo
necesita psicólogos, pero a mí no me hizo falta. Lo que yo
tenga que soportar y sobrellevar, lo he superado solo;
tenemos que reponernos solos y saber que la vida siempre
sigue”.
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