A los 81 años de edad, después de navegar en las aguas
turbulentas de la vida y superar temporales políticos de
toda índole, ese viejo lobo de mar que siempre fue Serafín
Becerra Lago, nos dejó ayer. Y lo hizo en su tierra, en el
Hospital Universitario de Ceuta, entre su gente, familiares
y amigos, como él quería. Dejó este mundo en la tierra que
tanto quiso y por la que tanto luchó. Quienes le tratamos y
le quisimos, escribimos esta crónica con lágrimas en los
ojos y con el corazón encogido recoger una noticia que nunca
nos hubiera gustado escribir, pero en este caso hay que
hablar de un luchador empedernido, de quien se batía el
cobre en despachos y foros en defensa de Ceuta. Siempre tuvo
a gala y así lo manifestó en la última entrevista de su
vida, publicada en este periódico el último día del pasado
año, que se entregó porque incluyeran a Ceuta en la España
de las Autonomías. “Andalucía no nos quería”, dijo el 29 de
diciembre Serafin Becerra en la terraza de su casa allá en
el Monte Hacho.
Un Monte Hacho que fue su vida y su residencia, lugar
emblemático para tantos jóvenes que hoy no lo son tanto y
que no podrán olvidar aquélla mítica discoteca de La Cueva,
en la que Serafín era siempre la cara amable que se te
acercaba y decía: “¿Qué problema tienes? ¿No tienes dinero?,
pues entra, da igual”. En su restaurante, el no menos mítico
Mesón de Serafín cuántos conciliábulos políticos y
familiares se habrán celebrado. Desde esa privilegiada
atalaya del Hacho, con Ceuta majestuosa a sus pies, Serafin
Becerra también vivió momentos amargos, como aquéllos en los
que una hipoteca de Caja Madrid le acuciaba su patrimonio y
buscó vendedor. Pero siempre luchó, con denuedo, con
valentía, con sencillez.Como siempre hizo y nunca dejó de
hacer: Afrontar la adversidad.
En la fortaleza de Serafín que te apretaba la mano al
dártela con la fuerza que un exboxeador aún mantiene, te
entregaba todo su corazón. Un gran corazón que no le cabía
en el pecho y que quizás por ello hubo de soportar nada
menos que 11 infartos, además de un cáncer de próstata. Y
ahí seguía, firme, mirándote siempre a los ojos, recordando
con lucidez un pasado que le parecía cercano y preguntando,
siempre preguntando, por sus amigos y conocidos, para saber
de ellos y de su vida. Serafin siempre ha sido amigo de sus
amigos y un político del pueblo, llano, generoso, servicial
que no servil, decidido, atrevido y siempre impetuoso. Daba
la vida por Ceuta y aquí se ha quedado, luchó por Ceuta y no
se ha ido, quería a Ceuta y está aquí, con ella.
Serafin era una persona que se hacía de querer, a la que se
le apreciaba y con la que se establecía empatía con
facilidad. No era el político al uso, porque presumía de sus
orígenes sencillos y siempre estaba cercano al pueblo. De
manera que, cuando se habla del político profesional,
Serafín Becerra era atípico: un político “amateur”,
vocacional del servicio al prójimo, entregado a la causa
social, una especie de ONG volante y personal, querido por
todos y, porqué no decirlo también, en los últimos años,
posiblemente olvidado por algunos que estaban obligados a
reconocerle una dedicación pública impagable. De esto se
quejaba en su última entrevista con EL PUEBLO: “No soy
invitado a los actos de la Constitución con lo que yo luché
por ella, ni a actos institucionales”. Y para quitarle su
mal sabor de boca, le decíamos sus amigos que, quizás, los
mandamases de ahora, creerían que residía en Algeciras,
porque Serafín ha estado en los últimos años a caballo en el
Estrecho, repartiéndose con la familia.
Procurador en Cortes por el tercio familiar (años 66 y 67) y
Senador en la etapa de la UCD, fue amigo, defensor a
ultranza y admirador de Adolfo Suárez. Decían de Serafin que
era el parlamentario ceutí con más arrojo porque “abría las
puertas en Madrid”, como signo inequívoco de su decisión y
amor por Ceuta.
Nació el 27 de septiembre de 1.931 en Valencia pero Ceuta
fue su ciudad; primero de adopción y luego la llevó en el
alma, como grabada a sangre y fuego, prendida en todo su
ser. Allá donde estaba llenaba el espacio con su gran
humanidad y don de gentes.
Después de su etapa como diputado en la época franquista,
perteneció a UCD y luego estuvo en el CDS (formación a la
que también perteneció su hijo mayor) y desencantado de la
política la abandonó. Ya había entregado gran parte de su
vida a la misma y necesitaba dar un paso atrás para
dedicarlo a su familia y a los negocios que, pese a dejarlos
en manos de sus hijos, requerían su atención.
Su honestidad fue reconocida por todos, porque Serafín
Becerra era un hombre limpio de conducta y corazón,
transparente, tan diáfano que no tenía nada suyo y que se
entregaba con sinceridad. Ahora, al final de sus días,
cuando el “cuerpo no aguanta más” una disfunción
generalizada, acabó con su vida. Cuentan sus familiares que
un percance fortuito que sufrió hace un mes al salir a
gestionar asuntos en una entidad bancaria, le supuso un
contratiempo demasiado definitivo. Murió a consecuencia de
una neumonía que se complicó pero lo hizo con las botas
puestas, luchando como él sabía hacerlo. Hasta el último
suspiro demostró que tenía una “débil salud de hierro” pero
esta vez, Serafín se doblegó porque su reloj biológico
detuvo su discurrir abandonándolo en su ciudad y junto a los
suyos. Un deseo de Serafín convertido en realidad. Descanse
en paz el amigo, el gran hombre y el político del pueblo que
dejó su paso por la “res pública” sin mácula de sospecha. Su
intachable trayectoria es el mejor patrimonio que nos dejó…y
su ejemplo vivo. Serafín Becerra Lago nunca caerá en el
olvido porque estará presente en todos los rincones de Ceuta
y sus gentes.
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