Queridos amigos, fieles diocesanos, muy especialmente
jóvenes y niños, sacerdotes y responsables de la
evangelización, muy queridos padres de familia, ancianos y
enfermos, monasterios de clausura y religiosos, hermanos
todos:
He querido nombraros así, uno por uno, porque las vocaciones
sacerdotales son el fruto sorprendente y admirable de la
entrega de todos y cada uno de vosotros que cooperando con
la gracia del Espíritu Santo permanecéis en Cristo por la fe
y dais mucho fruto por la caridad. Esa caridad que -como
Benedicto XVI recordaba poco antes de su retiro- consiste
principalmente en dar a Cristo ¿pues qué mayor caridad
podemos tener con alguien que darle el sentido de su vida?
Efectivamente la amistad con el Salvador es la respuesta a
la pregunta fundamental de la vida que tiene todo hombre y
especialmente cada joven y que se podría expresar con
aquellos versos de Antonio Machado:
¿Mí corazón se ha dormido? Colmenares de mis sueños, ¿ya no
labráis? ¿Está seca la noria del pensamiento, los cangilones
vacíos, girando, de sombra llenos? No; mi corazón no duerme.
Está despierto, despierto. Ni duerme ni sueña; mira, los
claros ojos abiertos, señas lejanas y escucha a orillas del
gran silencio.
Así está el corazón de muchos de nuestros jóvenes, parece
que duerme pero no es así. “Está despierto, despierto” con
los ojos bien abiertos esperando esas señales que vengan del
otro lado de la orilla del Misterio porque intuyen que sólo
de allí puede venir la respuesta a su pregunta: ¿Quién soy?
¿Para qué existo? ¿Cuál es mi misión en esta vida? Los
cristianos hemos aprendido que ese propósito o sentido de la
vida se llama vocación porque coincide con la llamada (vocare
en latín es llamar) que Cristo hace a cada hombre pues en Él
se ha manifestado el misterio de la existencia de cada uno
de nosotros. Sí, realmente el Misterio ha cruzado el mar
impenetrable que nos separaba por nuestra rebeldía y ha
querido llevarnos con Él. Y en esa misión de rescate nos ha
querido implicar en la salvación unos de otros. Nos pide que
le ayudemos a salvar. Esa es la preciosa misión de todos los
cristianos pero especialmente de los sacerdotes.
El que se deja enrolar en esta aventura ya no encontrará
descanso, ni nada propio, ni vida privada, ni un sitio donde
reclinar la cabeza. La promesa de obediencia y de celibato
de los presbíteros es expresión de una vida expropiada,
enamorada, arrebatada por el amor de Cristo que le urge y le
envía a la gente. Por esto los fieles amáis a vuestros
sacerdotes y al Seminario donde son forjados para ser
santos, pastores según Su Corazón. Y por eso apoyar con
vuestro dinero y vuestra oración, acompañar a los llamados
con vuestro afecto, proponer a los jóvenes que veáis más
idóneos para esta misión o simplemente ofrecer en vuestro
corazón a vuestros hijos, nietos o catecúmenos es el mejor
favor que les podéis hacer a ellos, al mundo y a Dios.
El amor de Cristo nos urge. “Sé de Quién me he fiado” es el
lema de la campaña vocacional de este Año de la Fe. Quien
arriesga por Cristo no pierde nada, lo gana todo. Sólo
necesita que Le creamos de verdad.
Agradezco vuestra oración, afecto y ayuda tan generosa y os
animo para que lo sea aún más pues si Él no se reservó nada
por nuestra salvación ¿Cómo no haremos nosotros lo mismo por
Él?
Os bendigo de todo corazón.
* Obispo de Cádiz y Ceuta
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