Hubo un tiempo, cuando España no
era democrática, en el cual parecía que los españoles
vivíamos en un lugar donde reinaba la paz, tranquilidad y
orden; y es que el régimen se encargaba más que bien en
demostrarnos que, en este país, todo era de color de rosa.
Salvo cuando a El Caso se le permitía relatarnos un crimen
horrendo para distraer la atención de los españoles en
momentos claves.
Cierto es que las autoridades de la dictadura contaban con
los medios suficientes para impedir que los medio de
difusión de masas hablaran de la violencia institucional y
de la calle; la represión política, los atracos, las
violaciones, la marginación social, etcétera. Pero hete aquí
que, llegada la democracia, la prensa comenzó a ponernos al
tanto de cuanto acontecía en todas las ciudades y pueblos de
España. Como debe ser. Y los españoles principiamos a darnos
cuenta de que vivíamos en un sitio donde, al menor descuido,
podían desvalijarte tu casa, tu negocio, o secuestrarte y
pedir un rescate.
Los españoles, hasta entonces, habíamos estado muy atentos a
no descuidarnos en las colas de los cines, de los teatros,
de las taquillas de las plazas de toros y en todos los
sitios donde se produjeran aglomeraciones. Ya que peligraba
nuestra cartera. Incluso, en ciudades pequeñas, conocíamos a
los carteristas. Que a su vez eran chivatos de la Policía.
Y, por tal motivo, se sentían cómodos en su quehacer. Eso
sí, el problema radicaba cuando los ladrones, llegados de
Madrid, Barcelona u otras ciudades, invadían las ferias y
fiestas provincianas.
En la España democrática de finales de los setenta cundió el
miedo. Porque no había día en el cual no supiéramos por
medio de la prensa que había ladrones por doquier. Ladrones
violentos. Que usaban de la fuerza bruta para arrancarte del
cuello una cadena o pegarte una paliza nocturna en cualquier
esquina de una calle. Y qué decir de los asaltos a joyerías
y demás establecimientos apetitosos. Para hacerse con un
botín como el que han conseguido los ladrones en el comercio
“Telemar”.
Aún recuerdo un titular de aquel tiempo: “España tiene
miedo”. Y la gente empezó a recelar de la noche y hasta
recuerdo que sitios hubo en los que se organizaban patrullas
de vecinos dispuestos a disuadir a los amantes de quedarse
con lo ajeno. Una actitud que evidenciaba la poca confianza
que la gente tenía ya en los defensores de la ley. Y que
indujo a enfrentamientos y debates que fueron muy seguidos
en una época donde el paro aumentaba cada día y los salarios
eran tan bajos cual insuficientes.
Una revista de entonces, se expresaba así: “El paro obrero
aumenta cada día y los salarios bajos son insuficientes.
Sabemos por la moral que el buen ciudadano muere de hambre y
ve morir de hambre a su hijo favorito antes de robar. Pero
sin ánimo de justificar la proliferación de esta clase de
delitos, podemos comprender cuál es la razón de su aumento,
y nunca atribuirlo a la lenidad de la policía, a descuido
del poder judicial y, mucho menos a blandura de la
democracia”. Se nota que nuestro buenismo era patente.
Pues bien, han pasado ya muchos años desde entonces; es
decir, desde que una democracia incipiente padeció una
oleada de robos, crímenes y delitos variados, que sí fueron
contados por todos los medios. Algo a lo que no estábamos
acostumbrados. La situación actual sigue siendo parecida. Y
parecida, si no más, es también la pobreza, el paro, y los
salarios bajos. Y qué decir de la corrupción.
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