De forma simple significa hacer malo a alguien, aunque si
nos referimos, como es el caso, a situaciones, entonces su
significado es el de perturbar el orden o estado de las
cosas. Esa es la dedicación principal de algunas personas,
no satisfechas con el status quo, buscan su modificación a
través de la perversión. Lo cual no tiene porque ser, en si
mismo, ni bueno ni malo. Tan solo depende de las razones que
subyacen, que son realmente las que pueden ser calificadas.
Aunque la palabra en sí tiene ciertas connotaciones
negativas, insisto en la idea de que, despojada de cualquier
prejuicio, no hay razones objetivas, en principio, para
desecharla. El problema viene cuando se perturba el orden de
las cosas por motivos poco edificantes, como pueden ser la
propia notoriedad o la falta de escrúpulos tratando de
obtener beneficio de una situación de caos manifiesto.
Puesto que, cuando se pretende alterar una situación, debe
ser mediante el planteamiento de alternativas que,
debidamente expuestas, supongan un cambio que lleve
aparejado una mejora de la situación de partida.
Cuando no se dan alternativas, cuando solo se introduce la
crítica sin más, entonces estamos ante una crítica
destructiva, que solo persigue en última instancia el
descredito de los adversarios. Lo opuesto, la crítica
constructiva, es aquella que permite barajar alternativas
viables para solucionar los problemas provocados por
cualquier situación o decisión.
Claro que también es discutible si las soluciones que se
plantean son o no viables, en más de una ocasión nos
encontramos con propuestas descabelladas que pretenden
enmascarar una crítica destructiva, adornándola con
alternativas imposibles que nunca se llevarán a la práctica,
sencillamente porque no son más que quimeras.
Esta tarea se realiza comúnmente por aquellos perturbadores,
pervertidores, que no quieren ser tenidos por destructivos,
pero que saben muy bien que sus soluciones carecen del más
mínimo rigor, lo que hace puedan ser considerados como
auténticos manipuladores, para lo que también hay niveles, o
pelajes.
Detectar, rechazar y amonestar a estos personajes, forma
parte de nuestro deber como ciudadanos, apartar del ámbito
de decisión, sea cual sea el terreno en que nos movamos, a
este tipo de individuos, es tarea prioritaria.
De lo contrario, tenemos situaciones del todo insostenibles,
en las que amparados por el derecho, por otra parte
incontrovertible, a opinar, sustentan peregrinas
afirmaciones sobre lo que está bien y lo que está mal, sobre
lo divino y lo humano, sin más responsabilidad que la que se
tiene en la barra del bar, es decir, ninguna.
Cuando este tipo de opiniones se vierten con el fin último
de la maledicencia, del descrédito y de la insidia, nos
encontramos, en muchos casos, inermes, sobre todo cuando se
hacen dotándolo de un aparato retórico apoyado en medias
verdades o con referencias a terceros. Es entonces cuando
otra poderosa arma es utilizada sin pudor por los
pervertidores más cualificados, el rumor. Este tipo de arma
cuenta con una serie de ventajas nada desdeñables, que hacen
que su eficacia sea mortífera, mientras sus autores,
agazapados tras el no es cosa mía, tras el se dice, tratan
de favorecer a unos y destruir a otros.
Todo ello sin el más mínimo sentido del decoro, sin el más
mínimo sentido de la responsabilidad, escondidos tras la
cortina que da cobertura al propagador. No es siquiera
necesario poner ejemplos, la realidad los supera con pasmosa
facilidad. La solución es fácil de encontrar, pero difícil
de aplicar, me temo que somos chismosos por naturaleza, nos
encanta.
La mejor forma de propagación, no me cabe ninguna duda, es
envolverlo en forma de secreto, eso le da aun mayor
verosimilitud, y el añadido de no poder contarlo lo dota de
la necesidad de hacerlo.
La mitología griega nos ofrece el caso del barbero de Midas
para ilustrarlo, solo él sabía el terrible secreto de las
orejas de burro que el rey escondía tras su turbante, la
pena por revelarlo era la muerte, angustiado el barbero
sentía la inaplazable necesidad de contarlo, así que abrió
un hoyo en el suelo, metió la cabeza en él y lo murmuró,
aliviado lo tapó y siguió su camino, de aquel hoyo brotaron
unas cañas, cuando crecieron y el viento las agitaba decían
entre murmullos: el rey tiene orejas de burro.
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