El poder de la reivindicación en Ceuta no está en la calle.
Es obvio que la gente no se echa con el arrojo y decisión
que se hace en otros lugares de nuestro país. Desde aquí
reclamamos igualdad y nosotros la rompemos. Demandamos
solidaridad y carecemos de ella con otros compatriotas.
Hablamos de sentimiento patriótico y de que no hay que
“romper” España, cuando somos los primeros en desmarcarnos
de un sentimiento de repulsa generalizado. No nos
manifestamos y buscamos que sean otros los que tiren del
carro. Como decía Blas de Otero “que inventen otros” y, en
este caso, “que se manifiesten otros. Un comportamiento que,
traducido al lenguaje psicológico supone delegación de
responsabilidad para que el prójimo de los pasos que
nosotros no damos y que nos resuelvan los problemas que
nosotros no somos capaces de afrontar con nuestra presencia.
Las connotaciones de la última manifestación del domingo
pasado, contra los “recortes”, el paro y la corrupción es
sorprendente. En un país con 6 millones de parados y en una
Ceuta con casi 13.000, aquí apenas se mueve nadie. Los 2.300
funcionarios de la Administración local y los de la
Administración General del Estado, parecen no inmutarse pese
a la pérdida de la paga extraordinaria de diciembre y otros
recortes mensuales junto a la subida del IRPF.
En Ceuta tenemos una especial fibra de indiferencia y ni tan
siquiera para protestar por la subida del billete del barco
somos capaces de plantear con firmeza una protesta en
condiciones. Se “pasa” de todo y por todo. Y así nos va: a
mediodía del viernes aún hay mucha gente que emprende viaje
de fin de semana a la península y, desde el sábado por la
tarde, la ciudad parece un cementerio, con cafeterías y
comercios cerrados, pese a esa pretendida vocación de ciudad
de compras y con vocación turística.
Somos la contradicción permanente hecha realidad. Decimos
una cosa y hacemos la contraria. Una ciudad donde las
críticas y las “rajadas” se acostumbran a hacer en las
tertulias entre amiguetes, en las barras de los bares o en
círculos íntimos y no en los foros adecuados. En realidad,
bien puede decirse que no es una ciudad de valientes, de
sentido reivindicativo, de cultura de la protesta.
Se diría que los problemas de otras regiones españolas aquí
no lo son. O no parecen serlo. Y hay tal sentimiento de
tolerancia, de masoquismo o de indiferencia, que parece
mirarse para otro lado cuando sufrimos las mismas
situaciones que en el resto de España, donde se hace valer
un sentimiento de disconformidad que aquí no parece existir.
Debe ser que en el estrecho se rompen tantas cosas…O puede
que, los líderes sindicales, de tanto permanecer en el
cargo, llevan su carácter vitalicio a la indiferencia del
personal o a no indentificarse con sus proclamas, que todo
pudiera ser. La invisiblidad de los problemas en Ceuta, la
ausencia de manifestantes pase lo que pase, el silencio de
una inmensa mayoría, tiene muchas lecturas: desde el
conformismo a la indiferencia, pasando por el hastío y
continuando por el resquemor sobre posibles represalias.
Decía un alcalde muy polémico de este pueblo que “el hombre
más peligroso es el que no tiene nada que perder” porque se
la juega a todo o a nada y, visto lo visto, aquí en Ceuta,
debe haber muchísima gente que tiene algo que perder o no
pretende ganar ninguna batalla democrática. Un galimatías
que lleva a la confusión y al enfado, como le sucedió a Juan
Luis Aróstegui al término de una manifestación cuando no
quiso hacer declaraciones por no encontrarse motivado…ni
respaldado y ni Ramón Moreda fue capaz de convencerle.
Ceuta es diferente…aunque algunos políticos siempre hablan
de querer situarla en régimen de igualdad. Manifestaciones
al margen, claro.
Aquí, la calle, pensarán muchísimos, es para pasear y no
para manifestarse. Eso, que lo hagan otros. Esos “bichos”
raros que hay por el resto de nuestra piel de toro.
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