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OPINIÓN - VIERNES, 15 DE MARZO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

La timidez de los argentinos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

MI amistad con Gustavo Biona comenzó cuando ambos nos conocimos trabajando en la Base Naval de Rota. Corría el primer año de la década de los setenta. Precisamente, cuando yo había decidido abandonar ese empleo para dedicarme a otra actividad.

Aunque debo decir que un año da para mucho. Tanto como para que nuestra amistad haya prevalecido hasta ahora. Es cierto que no la vigorizamos como deberíamos. Por motivos claros: él vive en su mundo; pescando, leyendo y haciendo senderismo. El mío transcurre por otros derroteros. Y a los dos nos fallan las pocas ganas que tenemos de movernos de nuestros lugares de residencia y del ambiente que nos rodea. Así que sólo nos queda el socorrido teléfono.

Gustavo Biona es argentino. Culto, afable y gran conversador. A muchos compañeros de la base les parecía un tipo pedante. Y a mí me tocaba defenderlo de unas críticas que consideraba injustas. A veces solíamos comer en el Bar Correo (Rota). Y él me hablaba de cómo son los argentinos en su ambiente; es decir, en Buenos Aires. Ya que es porteño.

Los argentinos, Manolo, somos generosos y hospitalarios con quienes llegan a Argentina. Acogemos a todos los recién llegados de modo y manera que no se sientan extraños. En cambio, cualquier argentino se siente a la intemperie en el exterior. Y deseamos volver, cuanto antes, para no tener más penas ni olvidos.

Un día, le dije, entre bromas y veras, que los argentinos habían ganado fama de estar siempre a la defensiva. Así que Ortega y Gasset los había tachado de histriónicos y con más fachada que conocimientos. GB saltó como un resorte y le faltó nada y menos para atacarme. De haberlo hecho, me habría caído encima una mole: un elefante. Ya que pesaba, entonces, todos los kilos del mundo, convertidos en masa muscular.

Tras los primeros minutos de ofuscación, recobró la calma y pasó a decirme que la pedantería de los argentinos, cuando están lejos de su tierra, no dejaba de ser una coartada para encubrir la timidez que les causaba hablar en público. Y la erudición servía de máscara para tapar la vergüenza de expresarse.

Con el paso del tiempo, y tras haber tenido la oportunidad de tratar con otros argentinos, comprendí en cierto modo las razones que un día me dio Gustavo Biona. Sobre todo, cuando me tocó entender los comportamientos de algunos futbolistas entrenados por mí.

El miércoles por la noche, recién terminado el apasionante Málaga-Oporto, sonó el teléfono y me llegó la voz de GB a través del aparato. Y lo hizo para celebrarme que el Papa fuera argentino. Y además hincha de San Lorenzo de Almagro, como él. Su alegría era indescriptible.

Cuando le dije que percibía su enorme satisfacción, su gran contento, me respondió que Jorge María Bergoglio, ya Papa Francisco, es un ejemplo de la timidez argentina. Aunque bien encauzada por parte de alguien repleto de conocimientos y saberes. Y además jesuita… Que no es moco de pavo.

Oyendo a Gustavo Biona, querido amigo, me acordé inmediatamente del padre Manuel Bermudo de la Rosa. Quien ya debería estar beatificado. Por su protección a los pobres durante los años del miedo. Y, cómo no, por su obra: Las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia. Ojalá que, con el Papa Francisco, se agilicen los nueves pasos del proceso de beatificación de un jesuita que luchó por elevar la cultura del pueblo andaluz.
 

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