La gran familia de la Iglesia da gracias hoy al Señor por el
nuevo Vicario de Cristo, el Papa Francisco I, que en su
nombre nos cuidará, guiará y enseñará haciendo las veces del
Buen Pastor en unión con el resto de los obispos, sucesores
de los apóstoles. Su Santidad el Papa, al que hemos visto
elegido presentándose a la iglesia y al mundo, nos ha hecho
ya orar a todos. Orar para amar, para evangelizar, para
agradecer. Y nos ha bendecido.
No deja de ser curioso ver el enorme interés de todo el
mundo por esta noticia eclesial, incluido el autodenominado
mundo “laico”. Esto me hace pensar en aquella encuesta que
Jesús hizo una vez a sus amigos estando junto al mar. ¿Quién
dice la gente que soy yo?, les preguntó. Hubo opiniones para
todos los gustos; se quitaban la palabra unos a otros para
poder contarle al Maestro todas las presunciones sobre su
persona, lo que se decía en el mercado, en las plazas, en
las casas. Y me imagino a Nuestro Señor riéndose por dentro
como hoy también sonríe seguramente ante tantos comentarios
que intentan descifrar el misterio de la sucesión apostólica
que estamos viviendo. Entonces Jesús cortó la animada
discusión con una pregunta incómoda. Y vosotros… ¿quién
decís que soy yo? Un gran silencio sustituyó al griterío
como por arte de magia. Alguien se sentiría touché, pues
siempre es fácil esconderse en medio de la polvareda
mediática sin implicar la propia vida. Pero, he aquí que uno
de los discípulos se puso en pie para declarar algo muy
solemne, y con rostro serio, mirando a los ojos al Maestro
le dijo: Tú eres el Hijo único de Dios, el Mesías, el que
tenía que venir. Se sentó. Hubo silencio de nuevo. Algo muy
grande había sucedido. Y Jesús –lejos de negar tal
afirmación que le llevaría a la muerte por blasfemo-
confirmó el carisma de la infalibilidad del ministerio
petrino: Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque
eso no te lo ha revelado la carne y la sangre sino mi Padre
que está en el cielo. Y aún más. Jesús entonces declara que
de este débil hombre y de su confesión de fe dependerá el
edificio entero de la Iglesia. Yo ahora te digo a ti: tú
eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia y las
puertas del infierno no podrán contra ella. Desde entonces
los cristianos vemos en el Sucesor de Pedro al mismo Cristo,
a su Vicario, quien, siendo un hombre normal que necesita
consejo, aliento y compañía hoy sigue guiando, enseñando,
rigiendo la débil pero invencible nave de la Iglesia en
medio del oleaje de la historia al tiempo que se convierte
en Arca de Salvación para muchos que hoy también se unen a
esta confesión de fe.
Esta fe es la piedra, el cimiento sobre el que se puede
construir la vida. Porque la Roca es Cristo mismo y Él no
falla. Por eso los fieles cristianos estamos llenos de
alegría y damos gracias a Dios porque lejos de ser unas
elecciones políticas donde gana un bando u otro aquí gana el
que cree. Ésta es nuestra victoria: nuestra fe. En el Año de
la Fe nos unimos a Pedro para proclamar a Cristo como Señor
de la historia, también de nuestro tiempo presente y junto a
su sucesor remar mar adentro fijos los ojos en Aquel que
llena de fecundidad nuestra obra. ¡Habemus Papam, tenemos
Papa! Pero sobretodo tenemos a Cristo, el único que salva.
Su Santidad, nuestro querido Francisco I, ya nos ha hecho
orar en su nombre, para amar, para evangelizar, para abrazar
al mundo en fraternidad.
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