Los que amamos las palabras que
salen del corazón, sabemos que el amor es una necesidad y
que el hermanamiento nos humaniza, y por ende, nos ayuda a
salir del hambre espiritual y a resolver los problemas de
justicia social que tenemos. Las primeras palabras del nuevo
Papa, Francisco I, no pueden ser más elocuentes, el amor,
que todo lo puede y todo lo perdona, y máxime, cuando se
sirve con la fraternidad del espíritu del Creador. Amor y
Hermandad son, pues, dos palabras que alumbran como el sol
de la vida tras un vendaval. Brillan por sí mismas. Se dejan
querer por sí mismas. A buen entendedor, pocas palabras
bastan.
El mundo precisa abrirse al amor, humanizarse, reencontrarse
y mostrar la experiencia de este acontecimiento. El
auténtico amor tiene que estar en el centro de nuestras
vidas, en el centro de nuestros quehaceres, en el centro de
nuestros horizontes. La llave de la concordia está en el
amor que nos demos unos a otros. Ciertamente, hablamos mucho
de amor, pero de un amor que no es, porque el amor verdadero
no entiende de intereses, sino de donación. Tenemos que
volver al amor sin condiciones, ni condicionantes, tenemos
que ocuparnos de nuestros semejantes y preocuparnos por el
otro, por nuestra especie y por el mundo en el que
habitamos. Hemos de despojarnos del corazón de piedra,
superar cualquier egoísmo, y dejarnos embriagar de la
felicidad que se respira cuando la gente se fraterniza
espiritualmente.
El amor asciende a través del amor, y el nuevo Papa
Francisco I, nos ha instado a una hermandad nueva en la que
todos somos de la misma familia. Sin duda, es la palabra
hermandad, una apuesta sin precedentes, una apuesta a mi
manera de ver, tan necesaria como precisa. Tenemos que
reconocer el rostro de Jesús en el que me necesita, en los
que sufren o están desamparados, en los que nada tienen,
mientras otros lo derrochan todo. Requerimos otra
respiración más humana, más fraternal, más de convivencia y
de unión mundial. Vale la pena amarse y hermanarse. Son las
palabras que hoy necesita el mundo, una necesidad urgente
ante tanta desesperación.
Observemos el orden: amor y hermandad. Es el camino hacia la
paz, hacia el entendimiento de todas las culturas. Tenemos
que rescatar el amor al ser humano como valor primordial del
orden terrenal. Luego, tenemos que remarcar los vínculos que
nos unen. También esta conciencia de fraternidad en un mundo
globalizado debe promoverse y desarrollarse, a través de los
valores humanos. El Papa Francisco I parece que desea
celebrar el amor entre todos los seres humanos. Y llama a la
oración. Es cuestión de descubrirnos interiormente como
hermanos, para así, poder inscribirnos como ciudadanos de
una misma familia. ¡Qué fuerza dan estas dos palabras, el
amor y la hermandad! Y qué felicidad para el mundo poder
fraternizarse con mentalidades diferentes.
A mi manera de ver, no podía empezar mejor este nuevo Papa
argentino, conocido por clamar contra la desigualdad de su
pueblo. Desde la naturalidad, alzó su voz y mejoró el
silencio. Sólo hay que dejarse transportar a los corazones
de una plaza efervescente de esperanza. Se dice que cuando
un poeta recita sabe despertar en nosotros las más íntimas
emociones, también cuando el Papa lanzó sus palabras al
mundo nos avivó el alma. Este amor fraternizado nos descubre
un mundo más igualitario y nos injerta tantas ilusiones
perdidas. ¡Cuánta alegría y cuánto gozo!. De manera
sencilla, pero muy sentida, ha sabido aproximarse al mundo;
y el mundo, sabrá aproximarse a él.
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