Los poderes públicos han dado
siempre muestras de protegerse más a sí mismos que a la
sociedad, a la que deberían servir siempre. Por tal motivo,
gobernar no consiste en resolver problemas, sino en hacer
callar a quienes los plantean. Los que se expresaron así,
conocían sobradamente de lo que hablaban porque ellos
formaban parte de ese entramado oscuro que es la política.
La política es como patinar sobre ruedas. Se va en parte a
donde se desea, y en parte a donde le llevan a uno esos
malditos patines. Y créanme que no tengo ni zorra idea de
quién se sacó esta cita de la sesera. De saberlo, no tendría
el menor inconveniente en escribir su nombre. Más bien por
miedo a que se descubra que no es de mi cosecha intelectual
y pidan mi dimisión de este espacio. Que aquí el que no
corre vuela.
Patinando parece ser que irán dos afamados políticos del PP
al Palacio de La Moncloa a tratar por todos los medios de
convencer a Mariano Rajoy de que mejore sus
relaciones con Luis Bárcenas. Con el fin de hacer
callar a quien está poniendo en peligro la estabilidad del
Gobierno y del gran partido que lo sustenta.
Los nombres de los mediadores son los que tenían que ser:
Javier Arenas y José María Michavila. Del
primero, qué decir que ustedes ya no sepan. Del segundo, les
recordaré que fue ministro de Justicia y muy amigo de los
Aznar. Con lo cual poco más se puede añadir. Pareja
ideal, en todos los sentidos, para hacer posible que el
milagro del entendimiento se produzca entre las partes
enfrentadas y hasta que sea a la par que, desde el Vaticano,
el cardenal protodiácono nos diga Habemus Papam.
A ver quién sería capaz, entonces, de no ver la mano del
Espíritu Santo en semejante reconciliación. ¡Qué hermoso
sería que el presidente del Gobierno y el extesorero del PP
hicieran las paces precisamente en el momento en el cual la
Iglesia hubiera resuelto el nombre del sucesor de Benedicto
XVI! ¡Qué emoción!
Es lunes, cuando escribo, y me puede la alegría porque, al
fin, el primer equipo de fútbol de Ceuta ha ganado fuera de
la tierra y se ha situado a nada y menos del primer
clasificado del Grupo X de Tercera División; pues bien,
semejante estado de satisfacción no tendría parangón con el
que me ocasionaría ver en los telediarios la llegada de
Bárcenas a La Moncloa, escoltado por Arenas y Michavila,
mientras el presidente lo espera en la escalinata con los
brazos tendidos para darle el abrazo de la amistad que nunca
debió perderse entre el alpinista onubense y don Mariano.
Momento inolvidable para mí, porque, siendo como soy
septuagenario avanzado, mucho me temo que no me sería
posible asistir a otro acto de tan suma importancia para el
discurrir de la vida española. Sobre todo de la vida
política española. Un acto trascendental en todos los
aspectos para poner remedio a la corrupción. Intentaré
explicarme.
Si los patinadores, es decir, Arenas y Michavila, consiguen
que Rajoy reciba a Bárcenas en La Moncloa, como así se ha
publicado, los ciudadanos tienen todo el derecho a creer que
de ese encuentro saldría fortalecido el presidente diciendo
cómo el tesorero, en un acto que le honra, ha prometido
devolver los millones de euros obtenidos por arte de
birlibirloque. Y que a partir de ahora vivirá con lo
indispensable: es decir, con lo que ha ganado como tesorero.
Y pelillos a la mar.
Rehabilitado Luis Bárcenas, se acabó el drama popular. Y no
nos cabe más que gritar todos al unísono: ¡Viva el vino!
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