Nos situamos ante posiciones antagónicas, nos paramos a
contemplar la diversidad de criterios y opciones que
aparecen ante nosotros en forma de laberinticos pasadizos
que, en muchos casos, no llevan ningún lado. Desde las
llamadas posiciones progresistas, la cuestión estriba en
mantener a raya al capitalismo rampante, es el enemigo a
batir por antonomasia, el culpable de todos nuestros
desasosiegos, del progresivo desmantelamiento del estado del
bienestar.
Visto así la sociedad global en la que estamos inmersos
cuenta con dos bandos, el de los pobres y el de los ricos,
es un tanto simplista, pero llega con facilidad a las
conciencias de los más desfavorecidos. Ahora bien, resulta
algo complicado situarse en uno u otro bando, puesto que
aunque seamos pobres, vivimos en un país rico, por tanto
aunque nos situemos subjetivamente como desheredados de la
fortuna, en términos globales, pertenecemos al grupo de los
países ricos, al menos visto en conjunto.
En ese caso ¿por donde habría que empezar? A la hora de
evaluar el sufrimiento social en su conjunto, nos vemos en
la obligación de aceptar una especie de ranking en el que
países como Haití, Somalia, Afganistán, etc. están muy por
delante nuestro en cuanto a necesidades, en cuanto a índices
de pobreza.
¿Cómo lo enfocamos? Puesto que, en líneas generales,
nuestras necesidades son menos acuciantes que las de las
personas de eso países, tendríamos que plantearnos el
problema de la desigualdad social, de la marginación, del
subdesarrollo en otros términos.
Aquí es donde chocamos con nuestros propios intereses, el
mundo visto como conjunto parece no afectarnos en demasía,
sufrimos en los telediarios, pero prestamos más atención al
futbol, o al cierre de un centro de salud, que a la
situación extrema que se vive en Siria, o en Palestina. Para
esos caso el antídoto suele ser posicionarse con los que
sufren, punto y final.
No pasamos de ahí, al menos la mayoría, esa que mueve
montañas, nos afecta lo que vivimos de cerca, lo demás
apenas si nos roza la piel.
La solución, atacar a las multinacionales, pero seguimos
consumiendo sus medicamentos cuando estamos enfermos,
medicamentos subvencionados por un Estado del que en muchos
casos abominamos, no nos desprendemos del móvil de última
generación, aunque sepamos que para su fabricación sea
necesario el sufrimiento de muchas personas en esos países
pobres, utilizamos sin medida el Facebook, hemos de
comunicarnos, no nos queda otra.
¿Qué mensaje estamos mandando? ¿a dónde nos lleva esta
maraña de ideas hipócritas?
A convivir con una serie de incongruencias que no se
sostienen, vivimos en un país del primer mundo pero
compramos un pañuelo de los que usaba Arafat para
identificarnos con los palestinos o con los saharauis,
aunque luego usemos y abusemos de todas las comodidades que
nos envuelven y protegen, puro cinismo.
Lo pudimos ver en la gala de los Goya, no se trata de los
actores de izquierdas viviendo en residencias de lujo y
clamando contra las desigualdades, no, se trata de que
nosotros somos iguales que ellos, se trata de que no
reflejan más que la realidad en la que vivimos y no queremos
ver.
Resulta curioso el mensaje que envía el partido comunista de
Andalucía al mundo con la motivo de la muerte de Chaves, es
hiriente que gente que vive adosada al poder en una
comunidad del primer mundo, tenga la desfachatez de hablar
de socialismo, de ejemplo a seguir, cuando su mundo no se
parece en nada, a la realidad de los marginados en
Venezuela.
Su apoyo al líder bolivariano es ridículo, se trata de un
país en el que la capacidad de gestión se basa en la fuerza
del petróleo, un producto que para muchos representa a las
grandes fuerzas capitalistas, y que puesto en manos de este
tipo de personajes solo ha servido para arrasar con las
clases medias y para destruir el tejido industrial de un
país otrora emergente, con grandes recursos y capacidades
que han sido desmanteladas una a una bajo la bandera de la
revolución bolivariana, del populismo, y eso es lo que se
aplaude con denuedo desde las filas comunistas.
Si ese es su ejemplo de futuro, más vale que cambien de
sueño porque es una pesadilla, y si no que se lo cuenten a
los cubanos.
La fuerza de las ideas radica en su capacidad para hacer
cambiar las cosas, pero en sentido positivo, de crecimiento,
no para volver sobre modelos fallidos que cuatro nostálgicos
con altavoz tratan de mostrarnos como idílicos.
El futuro hemos de construirlo entre todos, pero tratando de
comprender que nuestro país es solo un pedacito del globo,
como decía Carl Sagan, hay otros mundos, pero están en este.
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