Se impone esta reflexión sobre la
caducidad de la vida temporal en las personas. El pueblo
venezolano prosigue su camino. Somos los seres humanos los
que llegamos a su fin. A todos, antes o después, nos llega
la hora de la muerte. Cada uno de nosotros dejamos una
estela de nuestro paso por la tierra. Y esto es lo que debe
hacernos reflexionar, cada uno consigo mismo. Ciertamente,
el tiempo se nos escapa irremediablemente, no vuelve atrás,
y debemos aprovecharlo. Aunque los recuerdos y las dolorosas
situaciones nos pongan tristes, no podemos olvidar aquellos
aspectos positivos que, entre todos, hemos ido gestando.
Evidentemente, lamentamos el fallecimiento del presidente de
Venezuela, Hugo Chávez Frías, pero es el pueblo el que debe
continuar el camino, junto a esa conciencia de los derechos
humanos universales, proclamados en declaraciones solemnes
que a todos nos comprometen por igual.
Los pueblos siguen, y han de hacerlo planteando grandes
desafíos de compaginar la libertad con la justicia social,
el reconocimiento de la dignidad del ser humano con el deseo
de sentirnos ciudadanos del mundo. Al final todos pasaremos,
pero es importante que nos detengamos a meditar sobre la
realidad del tiempo que pasa con rapidez, y nuestra hoja de
servicios. Al final nos recordarán por lo que hemos donado
de nosotros al mundo, a nuestra propia especie. Ahí quedarán
para siempre las conversaciones de paz del presidente de
Venezuela, sus deseos de integración, sus muestras de
solidaridad hacia otras naciones. Esto es lo que vale. No
tienen sentido las guerras. La paz tiene que ser nuestro
desvelo. Lo demás no importa. Y tenemos que hacerlo todos
juntos, caminando en la misma dirección, poniendo nuestra
inteligencia al servicio de la humanidad. O lo que es lo
mismo del amor.
Cuentan las crónicas que esa multitud que tantas veces
acompañó a Chávez en sus demostraciones de fuerza en la
calle, vierte hoy lágrimas desde Caracas al mundo. Y este
mundo expectante también quiere abrazar al pueblo
venezolano, fundirse con su cultura y, así, todos unidos,
promover el progreso en el planeta. Por encima de las
ideologías, de los credos y religiones, tenemos que ser
defensores de los grandes valores humanos, ser sensibles a
las necesidades de los más débiles y oprimidos, solidarios
con los pueblos, amantes del auténtico progreso humano.
Precisamente, el gobierno de España, acaba de expresar en el
telegrama de pésame al vicepresidente ejecutivo de la
República Bolivariana de Venezuela “su voluntad de continuar
trabajando en el fortalecimiento de los vínculos bilaterales
y de las relaciones de profunda amistad que unen a nuestros
dos países y a nuestros ciudadanos desde hace tantos años”.
Este es el objetivo y la misión de todo ciudadano, cada uno
desde su responsabilidad, ha de estar abierto al diálogo,
desde el respeto y la consideración al ser humano, sin
exclusiones, para que la convivencia acabe siendo un sueño
posible.
Por mucho que haya representado Chávez en la historia
contemporánea de Venezuela, con su muerte finaliza una
etapa; y, ahora, es ese pueblo, tanto el que llora su
ausencia como el que no le llora, quien debe seguir abriendo
cauces democráticos de entendimiento, con su participación
plena en todos los aspectos de su vida. Los pueblos no
desean gobiernos autoritarios e inhumanos, sino seguir
cultivando y creciendo en el espíritu democrático y de
derecho. Al fin y al cabo, todos tenemos derecho a opinar
sobre el futuro de nuestros pueblos. Por consiguiente,
debemos esforzarnos en escuchar el pluralismo de voces, y
sobre todo y ante todo, en proteger los derechos de las
minorías y de los grupos vulnerables. Sería mezquino
malograr progresos democráticos conseguidos. Usemos nuestra
creatividad para avanzar en los procesos de gobernanza,
mediante una cultura de participación libre y cívica.
Recuerde el lector, que las personas se van, pero el pueblo
es eterno, con su memoria, con su conciencia colectiva de
continuidad histórica, con el modo de pensar y de vivir.
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