Mediodía de un domingo lluvioso.
Me llama Ramón Ruiz para decirme que es verdad que se
le fue el santo al cielo con el triunfo en el Torneo copero
del Madrid en el Camp Nou y que, por tal motivo, se olvidó
de telefonearme como me había prometido en caso de victoria
madridista. Ya que ese martes le había anticipado yo que los
visitantes harían dos goles en Barcelona, como mínimo. Y
fueron tres.
Pero, debido a que ese partido del martes quedaba ya lejos,
nos ponemos a pegar la hebra del jugado en el Bernabéu,
correspondiente al Campeonato de Liga, el sábado pasado. Y
le cuento, muy por encima, detalles de un encuentro que los
de José Mourinho volvieron a ganar.
Comienzo por analizar a Messi: le veo mustio. Poseído
por una tristeza infinita. Aun así, hizo su gol. Pero la
falta de lozanía del argentino, en momentos cruciales de la
Champions League, debería ser menos preocupante para sus
seguidores que la que se refleja en el semblante de
Iniesta: jugador vital en el futuro del conjunto
azulgrana.
La cara de Iniesta es el espejo en el cual se reflejan todos
los males de un equipo que ha estado acostumbrado a vivir
permanentemente en la cresta de la ola. De las expresiones
faciales del manchego se pueden sacar conclusiones acerca de
que el tipo de juego que los ha encumbrado necesita una
revisión urgente.
El famoso tiqui-taca tiene sus ventajas y sus
inconvenientes. Como todas las formas de jugar. En estos
momentos, cuando los más poderosos adversarios han decidido
contrarrestar esa manera de accionar del Barça en el césped,
con mejor tino que nunca antes, se echa de menos una
respuesta distinta de los afamados futbolistas catalanes. Lo
cual no está ocurriendo. De momento.
En el partido del Bernabéu, querido Ramón Ruiz, debo decirte
que el glosador del partido en el Canal +, Michael
Robinson, que le tiene fobia al Madrid desde que jugaba
en Osasuna, mentía cuando nos decía que los madridistas
estaban jugando a la italiana. Es decir, haciendo cerrojo a
ultranza. Burda mentira a la que se sumaba el narrador,
Carlos Martínez. Otro que anda siempre deseando que
falle Diego López para recordarnos a Iker Casillas.
Diego López, RR, no es una lumbrera en las salidas. Porque
ha crecido en las secciones inferiores de la Casa Blanca, a
las órdenes de un tal Amieiro: entrenador de porteros que,
al parecer, nunca le dio importancia al dominio de éstos en
el área chica. Ahora bien, DL, a pesar de los pesares, es
mejor en tal cometido que el muchacho de Móstoles. Y además,
como es de natural sobrio, apenas molesta a sus compañeros
con gritos desmesurados. O sea, sin venir a cuento. Porque
si bien los guardametas han de hablar, más por exceso que
por defecto, en el término medio está la virtud.
Diego López, con su buen manejo del balón con los pies, ha
permitido también que los componentes del medio campo
madridista, zona vital, no padezcan las dificultades de un
mal saque. Y en vista de que carezco de espacio suficiente
para enumerar las bondades del asunto, espero hacerlo otro
día.
En fin, Ramón, querido amigo, que nuestro Madrid ha mejorado
en todos los aspectos. Así que llegamos en un buen momento a
Old Trafford. Pero vamos a sufrir de lo lindo. Así que habrá
que invocar a Cristiano Ronaldo. Y debemos pedirles a todos
los santos que el turco de turno, o sea el árbitro, reparta
justicia.
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