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OPINIÓN - DOMINGO, 3 DE MARZO DE 2013

 
OPINIÓN / LA DIANA

Sin consecuencias

Por Jauma


Tas el resultado del proceso en el que dos ciudadanos se han visto inmersos a causa de las declaraciones de uno de ellos acerca del otro, y después de ver la penosa salida, mediante la claudicación sin condiciones ante la imposibilidad de sostener lo proclamado a los cuatro vientos, quedaría, en buena lid, saber que consecuencias tiene para los implicados. La respuesta es sumaria, ninguna, no hay ninguna asunción de responsabilidades, no hay ningún acto de contrición, no hay ni una pizca de vergüenza por parte del acusado tras reconocer la falacia. ¿Cómo se le llama a esto? Impudicia, desvergüenza, incapacidad para asumir los propios errores pese a estar de continuo enjuiciando a los demás.

¿Qué hay que hacer para que estas cosas no ocurran? Castigar con la indiferencia, con la constatación de una manifiesta falta de credibilidad en cualquier ámbito ya sea social, político, laboral, da igual.

Lo más importante, lo que más deben cuidar los que se dedican a lo público, es la credibilidad, la seriedad en los planteamientos, en las convicciones y sobre todo en las declaraciones públicas, de lo contrario todo su capital político se pierde en el laberinto de las incongruencias.

Y puestos a ser congruentes, lo más honesto hubiera sido salir en los mismos medios, ante la misma audiencia y reconocer que no somos perfectos, que a veces nos equivocamos, que pedimos disculpas, que seremos más cuidadosos con lo que sale por nuestra boca, lo hemos visto hacer hace unos días a un diputado de Rosa Díaz, no es tan difícil.

Pero para eso hay que ser más humilde y me temo que esa condición es incompatible con el que nos ocupa. Sin embargo la otra parte ha mostrado toda esa humildad que a la otra le falta, podía haber seguido, haber reclamado todo aquello que por derecho propio le pertenece, sin embargo ante la retractación ha preferido seguir adelante, olvidar y no mirar atrás. Lo que a uno lo dignifica a otro lo hace más ruin si cabe.

¿Y los medios de comunicación? Apenas ha tenido repercusión mediática, solo este medio ha reflejado la noticia con cierto despliegue, los demás han pasado de largo. ¿Y los medios políticos? Ni una palabra, ni los propios ni los ajenos. Corramos un tupido velo, hagamos de tripas corazón, cerremos puertas y ventanas. Ese es el mensaje que se lanza desde todas las trincheras, no vaya a ser que despertemos algún monstruo y nos zurre la badana. Todo muy bonito, muy tierno, muy triste.

Algo tan terrible como la impunidad de aquellos que, mediáticamente, pueden hacernos daño sin más consecuencias que las que provienen del susurro, como en las más añejas dictaduras.

No se puede cuestionar al líder, aunque se equivoque, sobre todo si se equivoca, puesto que su ira haría sacudir los cimientos del miedo.

Abrazafarolas, eso es lo que nos encontramos a diario, personajillos que pretenden hacernos creer que tienen la capacidad para cambiar las cosas, cuando en realidad vemos que ni siquiera son capaces de asumir sus propias responsabilidades, y que tienen la desvergüenza de pretender asumir las nuestras.

Conclusiones que se pueden extraer de todo el asunto son aquellas que nos conducen directamente al caudillismo, no podemos levantar la voz, no podemos pedir la dimisión, no podemos evitar hacernos cada vez más pequeños, más insignificantes, mezclarnos con la multitud, pasar desapercibidos.

De lo contrario sabemos que podemos ser expoliados moralmente de forma impune, podemos pasar por el infierno sin más pecado que ser objeto de atención del personaje que todos, con nuestras diarias claudicaciones, hemos ayudado a crear, alimentando con asiduidad su ego, aceptando sus estridencias y contradicciones con una naturalidad fingida, forzada, en tanto que sus ataques no se dirijan a mi, estoy a salvo, seguiré de perfil, pero cuando te toca es demasiado tarde.

Ya va siendo hora de que todos contribuyamos a eliminar a estos enviados divinos de poca monta, de que nos alienemos claramente frente a todo aquello que contribuya a dar más pábulo a quien no lo merece, a quien en lugar de construir, día a día ayuda a destruir, porque es en el caos donde mejor se instalan, donde sale lo peor de ellos mismos. En fin a que seguir, si solo estoy clamando en el desierto.
 

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