Querido Eduardo, días atrás estuvo
en Ceuta Jesús Cordero. Y lo primero que hizo es
recordarnos a todos que la ciudad sigue estando en deuda
contigo. Que ya hace muchos años que te deberías haber
transformado en una calle o en un parque, para que tu nombre
perdure para siempre en tu tierra.
Tu nombre, querido Eduardo Hernández Lobillo, sólo es
conocido ya por quienes te queríamos como eras, que somos
bien pocos; debido a que otros del mismo parecer han ido
siguiendo tus pasos. Pero sucede que tales pocos andamos
dispersos y nunca hemos sido capaces de aunar voluntades
para propalar tus merecimientos y presionar a quien tiene la
facultad de hacerlo.
Quien tiene ese poder, querido amigo, es el muchacho al que
tú le auguraste una gran carrera política. Tú eras así,
Eduardo. Llegabas un día al ‘Rincón del Muralla’ y
sentenciabas. A veces, muchas veces, tus sentencias eran muy
criticadas. Pero tú, con tu enorme personalidad, te hacías
el lipendi y hasta dejabas caer, de vez en cuando, que te
estaba fallando el oído más cercano a los demás. Debido a la
posición que ocupabas en la esquina de la barra más famosa
de la historia de esta ciudad.
Una ciudad a la que amaste por encima de casi todas las
cosas. Cualquiera se atrevía a criticarla inmerecidamente.
En ese momento, saltabas como un resorte y defendías la
causa sin perder un ápice de tu saber estar. El que tanto
nos recomendaba a quienes nos partíamos de ligero ante la
menor contrariedad.
Ejercías de caballa fetén, es decir de español de Ceuta;
pero sin hacer alardes de nada ni mucho menos se te vio
nunca dar la nota chauvinista. Amigo de tus amigos, nunca le
negaste a nadie la ayuda solicitada. Fuiste generoso. Muy
generoso. Lo cual me consta. No pocas veces te vi sacar el
billetero. Sabiendo que lo dado era a fondo perdido.
En ti, querido Eduardo, se daban circunstancias dignas de
ser contadas. Y, de no hacerlo ahora, mucho me temo que
jamás serán conocidas. A medida que se iban acrecentando tus
problemas, que no eran pocos, los olvidaba para convertirte
en depositario de los de otros. Y es que sabías escuchar
atentamente a cuantos acudían a ti para hacerte depositario
de sus cuitas. Tenías, además, un don especial para que se
sincerasen contigo.
Por tal motivo, amigo, permíteme decir que sabías más que
Lepe. Claro que sí. Pero jamás jugaste con los secretos.
Tenías la fiabilidad de los confesores. Lo cual no quiere
decir que carecieras de defectos. Mas quién es perfecto…
Eduardo, amigo, lo siento, a un muerto hay cosas que no se
le deben decir. Pero si me atrevo es porque lo que voy a
contarte no te sorprenderá lo más mínimo. Ya que tú, cuando
la Parca te había ya cercado, lo pronosticaste: “España
camina hacia la decadencia y Ceuta tendrá que sufrir de lo
lindo ante lo que le espera”.
Y acertaste. La corrupción y el paro se han adueñado del
país. Y los políticos en nada se parecen a cuando tú fuiste
concejal. E incluso actuaste como alcalde. Sin nada a
cambio. Bueno, sumar disgustos y desatender tu negocio
De alcalde lleva más de doce años Juan Vivas. El
funcionario a quien admirabas y le hacías el artículo a cada
paso. El mismo que podría transformarte en una calle o en un
parque. Pero no lo hace. Se resiste. Vamos, que no quiere.
Quizá porque nunca te trató ni mucho ni poco. Él se lo
perdió. Yo, en cambio, sigo presumiendo de haberte conocido.
Y brindo por ti frecuentemente.
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