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OPINIÓN - DOMINGO, 3 DE MARZO DE 2013

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

No abandona la cruz
 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

Benedicto XVI sigue con nosotros, lo hace tras las huellas de Cristo, con la firme convicción de que ha de brotar un renovado proceder en la vida de la Iglesia. Dice que estará oculto, pero sin abandonar la cruz. Desde luego, esta intimidad con la cruz, sólo se acrecienta con una vida de meditación. O sea, que estará en el mundo, pero despojado de mundo. A mi manera de ver, partiendo de la necesidad de este encuentro interior, seguro que motivado por el fermento evangélico, se encamina a una renovada misión. A veces, pienso que tenemos que caminar más allá de los rituales físicos visibles. No basta la observancia ritual, sino que se requiere de una implicación en la vida, más amorosa y más auténtica. Que es lo que la cruz transmite y expresa, todos estos significados, y en última instancia, el triunfo definitivo del amor de Dios sobre todos los males del mundo.

Nos hemos dejado llevar por tantas fuerzas materiales, que hay una fuerza espiritual, a la que a veces no le prestamos atención, y que merece escucharse. Cada uno consigo mismo. Hoy más que nunca el mundo precisa de la cruz, no como un símbolo de devoción sin más, sino como significado más profundo. Habla de amor, de auxilio, de no violencia, habla de Dios que ensalza a los humildes, da fuerza a los débiles e impregna de esperanza a los cautivos. Esta es la cruz que Benedicto XVI ofrece a nuestro mundo desesperado, hambriento de un itinerario espiritual. En ocasiones, andamos demasiado encerrados en nosotros mismos, sin otros deseos que llegar a la cúspide del poder terrenal, sin importarnos construir un mundo más justo y más fraterno. He aquí un testimonio más para seguirle en ese “no abandono a la cruz”. Necesitamos regresar, con nuestros ojos del alma, al creador; mostrar un mensaje viviente que ejemplarice nuestras acciones; dar luz a tanta oscuridad sembrada.

En este sentido, la contribución de Benedicto XVI, hombre de pensamiento y paz, ha sido fundamental en los últimos tiempos para ese mundo, en el que ahora quiere esconderse. Sin duda, uno de los que mejor lo han retratado en esta apuesta por la armonía, ha sido el Presidente de Israel, Shimon Peres, que dijo de él, que “tiene la sinceridad del verdadero creyente, la sabiduría de quien comprende los cambios de la historia y la conciencia de que, a pesar de las diferencias, no debemos convertirnos en extraños o enemigos”. Ciertamente, no se puede decir más con tan pocas palabras. Seremos muchos, también los ajenos a la Iglesia, los que le recordaremos con admiración y aprecio por todo lo que ha hecho, en bien de la humanidad y de cada uno de nosotros. Su liderazgo intelectual ser verá con una claridad cada vez mayor según pase el tiempo.

No tengo ninguna duda que Benedicto XVI va a seguir hablándonos, a través de sus diálogos, en las noches de soledad con el creador. El mundo no lo olvidará, pero él tampoco olvidará al mundo, desde su aislamiento, originado por una creciente fuerza de esperanza. Tiene deseos de orar y esos deseos nos unen. El mundo moderno olvida esa espiritualidad, ese encuentro con los demás en nosotros, y nosotros en los demás, ese purificarse de una sociedad cada día más cruel e inhumana. No debemos buscar la venganza. La enseñanza de la cruz es de una fortaleza espiritual que todo lo perdona, porque todo lo ama desinteresadamente. Ahí queda la invitación a vivir el año de la fe, proclamado precisamente en el cincuentenario de la apertura del Vaticano II, como ocasión para que el Concilio se realice y la Iglesia se renueve realmente. Todo evoluciona para bien o para mal. Por eso, la Cátedra Romana de Pedro debe abrirse a ese amor irrepetible que vierte el misterio de la cruz. Con esto nos basta, no hay mejor inspiración, ni guía.
 

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