El martes pasado, en cuanto
Undiano Mallenco dio por terminado el partido
Barcelona-Madrid, sentí que mis interiores eran recorridos
por una enorme alegría. Me embargaba una excitación
agradable, capaz de hacerme olvidar la cantidad de problemas
que nos acucian a los españoles.
Entusiasmado por la victoria del Madrid, y por cómo la
logró, estuve en un tris de llamar a Yolanda Bel; tan
futbolera como seguidora de mi equipo; pero me abstuve en el
último momento. Me frené en seco. Incluso me pregunté cómo
era posible que yo quisiera compartir mi gran contento con
la consejera de Presidencia, Gobernación y Empleo, cuando
hace un mundo que no hablo con ella. Y hasta tengo la
certeza de que me tiene entre ceja y ceja. Vamos, que ya he
colmado el vaso de su antipatía hacia mí.
Digo que tengo la certeza de su desafecto, porque sé de
buena tinta que no me puede ver ni en pintura; ya que en
ocasiones no se ha parado en barras a la hora de enjuiciarme
de mala manera ante quienes ella creyó oportuno. Olvidándose
de que uno tiene ojos y oídos donde menos se espera.
Eso sí, cada vez que a mí me han puesto al tanto de la
tirria que me tiene Yolanda Bel, me he resistido a creerlo.
Por dos motivos: uno, porque su garabato hizo posible que yo
fuera tolerante con algunas de sus meteduras de pata, que
las tuvo, claro que sí, cuando era la portavoz del gobierno.
Otro, porque siempre le dispensé un trato excelente.
Insisto: quizá atrapado por su garbo.
Sea como fuere, que tampoco está uno para hacer
ostentaciones de sus gustos femeninos, con el debido
respeto, faltaría más, la verdad del cuento es que nuestra
política más destacada y apreciada, hasta ahora, en el
gobierno, ha empezado a dilapidar lo que tanto le costó
ganarse: la consideración y el respeto de quienes sabemos
que gobernar no es fácil. Máxime cuando YB ha estado siempre
situada en primera línea de combate.
En primera línea de combate en todos los cargos que ha
venido desempeñando. Que han sido varios y, sin duda alguna,
todos ellos preñados de responsabilidades. Tantas, que
cualquier desliz ha servido para que propios y extraños la
pusieran a caer de un burro. Cuando le llovían los
improperios, por ser uno de natural piadoso, tardaba un amén
en salir en su defensa. Convencido de que YB era una
criatura digna de ser defendida por este modesto escribidor
en periódicos. Sin pedir nada a cambio. Ya que servidor vive
con lo justo y no necesita poner la mano en forma de
bandeja. Costumbre inveterada de ciertos “plumillas” de la
tierra.
Ciertos “plumillas” de la tierra que ahora se han olvidado
de lo mal que lo está pasando la consejera de Presidencia,
Gobernación y Empleo. Debido a que a cada vez son más las
equivocaciones que viene cometiendo. Y no se atreven a
ponerle siquiera cuatro líneas estimulantes, a fin de que
vaya superando el bache en el cual está sumida. Más que
bache, paréceme que nuestra Yolanda Bel está metida de hoz y
coz en un socavón.
Más bien un monumental socavón. Del cual, de seguir empeñada
en lo que está empeñada…, le será imposible aflorar a la
superficie. Y a mí me da mucha pena no poder tenderle la
mano a una mujer con tan buen palmito. Ya que ella, YB, se
obstina en seguir transitando por caminos tortuosos. En los
que nunca hallará consuelo para sus deslices como autoridad.
Que no cesan. En suma: se impone evitarle el marchitamiento
político. Pero si ella no quiere, con su pan se lo coma. Así
de fácil.
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