Uno de los oficios perdidos o a
punto de desaparecer es el del afilador ambulante de
cuchillos. Como mendigo errante que anda de una parte a otra
sin tener un rumbo fijo, así camina, acompañado de su
instrumento musical compuesto de varias cañas huecas, o sea,
tubos formando con el soplo que se quiera dar las notas que
se desprenden de ellos. Notas que no alcanzan la mínima
composición musical, repetitiva, sin regla para la formación
de acompañamiento de alguna melodía. Eso sí, de una dulzura
y suavidad que hace que nos paremos agudizando nuestros
oídos para volver a oír, hasta la lejanía, la música
celestial de tan original instrumento. Profesión, esta de
afilador, que es facultad u oficio de unos pocos visionarios
que no quieren abandonar este legado que le ha sido
transmitido por sus antecesores.
Y viene a cuento la anécdota vivida hace muchos años cuando
apareció por casa de una vecina el soniquete de la sonora
flauta del afilador y los niños se agolpaban a su alrededor,
viendo darle al pedal y girar su piedra de molar a aquel
animoso luchador que se esforzaba en sacar filo a cualquier
objeto punzante que necesitara ser afilado para su mejor
función. Y hete aquí que la señora no tuvo mas idea que
sacarle toda clase de utensilios para cortar (cuchillos,
navajas, tijeras y hasta un puñal que su marido utilizada
para la matanza de animales cuando se iba de caza mayor).
Todo discurría perfectamente: el afilador con su tarea de
molar los instrumentos que le habían sido entregadas a la
par que, de vez en cuando, quizás para llamar la atención de
posibles clientes o para entretenimiento y jolgorio de la
niñez que presenciaba su trabajo, sonaba la flauta. Y es
llegado al momento culminante: la señora viene a recoger su
encargo y la nena del afilador que, aunque no la hemos
referido le acompañaba en todas sus correrías y, además, le
hacía de “ cajera”, le pidió la exagerada suma de cincuenta
reales, algo que, traducido al cambio actual en euros,
podría significar unos treinta euros, lo que le pareció
exorbitante a la señora y que se negó a pagar por el
exagerado precio que había pedido la enviada del afilador en
compensación al trabajo realizado. Ni que decir tiene que la
nena acudió rápidamente a su “ pápa” para indicarle la
negativa de la cliente a pagar su estipendio por lo que
rápidamente, con toda la cuchillería todavía en sus manos le
espetó: señora, me ha entregado usted un cuchillo de cortar
jamón, otro para cortar queso, otro para el pan, otro mas
para la carne, un par de tijeras, un cuchillo mangorrero,
una navaja cabritera, una navaja para la cecina, seis
cuchillos de mesa,… y después de disponer de tantas piezas
con que disfrutar de sus exquisiteces y manjares ¿me va a
negar el jornal que me he ganado y que me va a servir para
llevar el sustento a mi familia?. Ni que decir tiene que
ante la actitud agresiva y, a la vez razonada, del afilador,
la señora no tuvo otro remedio que corresponder al pago de
los servicios y dejar por zanjada la cuestión.
Moraleja: hay quien, ante tanta exuberancia, menosprecia el
trabajo de los demás sin tener en cuenta que también el
pobre tiene derecho, siquiera, a procurarse un modesto
sustento diario.
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