Que se hunda España, que caiga
España que ya la levantaremos nosotros. Frase que Ana
Oramas, portavoz de la Coalición Canarias en el
Congreso, le achacó en su momento a Cristóbal Montoro.
Desliz impropio de cualquier español y mucho menos si quien
lo comete es político de fuste a quien no se le cae de la
boca la marca España.
El hecho ocurrió cuando España comenzaba a dar tumbos en
todos los sentidos y el Gobierno presidido por Rodríguez
Zapatero llegaba exhausto a un final merecedor del
castigo que poco después sufriría en las urnas.
En aquellos días, de no ha mucho, se barruntaba ya que nos
tocaría vivir a los españoles momentos de extraordinaria
dureza. Circunstancia que obligaba, más si cabe, a que todos
los políticos tuviesen un comportamiento ejemplar. Y,
convendrán conmigo, que el de Cristóbal Montoro fue
lamentable.
Tan lamentable que en un primer momento yo llegué a poner en
duda lo dicho por la señora Oramas. Y hasta estuve
convencido de que Montoro presentaría una denuncia contra
ella. Pero no fue así. Y, dado que quien calla otorga, éste
ha quedado estigmatizado por la acusación de la portavoz
canaria.
Días atrás, durante el debate del estado de la nación, el
ministro de Hacienda y Administraciones públicas tuvo una
nueva oportunidad para defenderse de esa marca o mancha
afrentosa. Sucedió que estando discurseando Rubalcaba,
éste sorprendió a Montoro riéndose de manera sardónica y se
dirigió a él echándole en cara lo de “Que se hunda España,
que caiga España que ya la levantaremos nosotros”. Y don
Cristóbal sigue sin reaccionar.
Y uno ha llegado a una simple conclusión: Montoro, cuando
estaba en la oposición, rezaba todas las noches para que
España se deslizara por la ladera del abismo. Lo mejor para
que su partido volviera a ganar unas elecciones. Y, por
supuesto, para tener él la oportunidad de reverdecer
laureles como ministro.
Sé que se viven momentos muy difíciles, de dureza extrema, y
entiendo que los portavoces populares se afanen en airear
que los denuestos constantes contra los gobernantes no
ayudarán a salir de la gravísima situación que viven seis
millones de parados. Pero ello no les faculta para criticar
acerbamente a quienes alzan la voz contra unas decisiones
que consideran injustas. Y que tachen a los críticos de
crear mal ambiente y de un sinfín de cosas más. Incluso han
empezado ya a propalar que quienes hablan de la corrupción
son malos españoles. Los que desean que España se hunda en
la miseria por la aversión que sienten por la derecha.
Tales manifestaciones, cuando quienes las hacen ocupan
cargos políticos magníficamente remunerados y gozan del
privilegio de tener a todos sus familiares colocados, son
las que inducen a pensar que los susodichos son los primeros
que admiten la corrupción como algo consustancial a la
democracia, el menos malo de los regímenes. De no ser así, a
cuento de qué se indignan cuando se les recuerda que la
corrupción de los cargos públicos debe ser denunciada,
pertenezcan éstos a uno u otro partido.
En cuanto a decir que quienes despotrican contra las
decisiones tomadas por el Gobierno están metidos en una
guerra perdida, además de altanería, lleva implícita la
soberbia de quienes gozan de una mayoría absoluta. Y habría
que recordarles que gobernar no es mandar, por mucha mayoría
que se tenga. Así que bien harían los portavoces del PP en
no imponernos el chitón porque sí.
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