Lo peor que puede ocurrirle a un
presidente de gobierno no es que nos enfademos con él, sino
que comencemos a no tomarle en serio. La frase me hubiera
gustado que fuera mía, pero debo decir que le pertenece a
Martin Prieto. Escritor duro, cuya evolución, o lo que
sea, le ha llevado a escribir en un periódico diametralmente
opuesto a sus ideas. Lo que sea puede deberse a
circunstancias que le han obligado a cambiar de acera
periodística y de opinión.
A Mariano Rajoy, el “caso Barcenas”, que más que una
circunstancia negativa para él y para su partido es, sin
duda alguna, una tragedia política, le ha servido para
venirse arriba en el debate del estado de la nación. Ya que
comenzaba a ser motivo de pitorreo a tutiplén.
Cuando parecía que el presidente del Gobierno estaba
acollonado (no confundir con el tancredismo con que suele
actuar), y que ese acoquinamiento era ya motivo de chufla,
aprovechó el debate del estado de la nación para ofrecer una
imagen de político arrogante. Que no serio. Quizá aconsejado
por alguien que le hizo ver que una mayoría absoluta da para
mucho. Incluso para hacerle una higa al tesorero traidor.
La higa de Rajoy comenzó en el preciso momento en el cual
puso en práctica algo que aconsejaba Pemán: hacer de
lo importante anécdota y de ésta asunto importante. Y a fe
que con ese proceder aguantó el tirón de las denuncias de
los sobres y de la cuenta en Suiza de quien, hasta hace
nada, fue tan amigo suyo como para poner la mano en el fuego
por él en el Congreso de los populares en Valencia. 2008.
La higa de Rajoy a Barcenas consistió en despreciarlo. Así
que no mencionó su nombre ni por error. Y hasta se permitió
el lujo, con la altivez de quien se sabe rodeado de una
mayoría absoluta de diputados haciendo de palmeros, de
mentir ante las invectivas de la oposición con el argumento
de que “esas personas” (Bárcenas y Jesús Sepúlveda,
ex marido de Ana Mato), “hace años” que no tienen
responsabilidad en el partido. Pero seguían cobrando y
dejándose ver por la sede de Génova, hasta anteayer.
La mentira del presidente del Gobierno de España pertenece a
la propia sustancia o naturaleza de los partidos. Porque no
es frecuente que ningún partido político destape la
corrupción que ha tenido lugar en su seno.
Verbigracia: ¿nunca ha habido corrupción en el seno del PP
ceutí o en el de su gobierno? Es una pregunta que se viene
haciendo la gente a medida que se ha ido apuntando en esa
dirección. La dirección de un cargo político que está bajo
sospecha por recibir regalos variados a cambio de favores a
cierta empresa. Con lo fácil que sería para los gobernantes
locales, en vez de tachar de insidia lo dicho, indagar
acerca de un asunto que tiene mala pinta. La mala pinta de
la corrupción.
La corrupción no se combate con altanería. Por más que así
lo haya pretendido Rajoy en el debate del estado de la
nación. Frente a un Rubalcaba lastrado por su pasado
como gobernante. Un Rajoy aplaudido por los suyos como si
fuera el presidente de una España digna de encomio.
Cuando España está decadente, debido a sus seis millones de
parados; a la pobreza que no cesa de aumentar; al drama de
los desahucios, y por la situación bajo mínimos en que se
halla el prestigio y el crédito moral de los políticos. Por
quienes los ciudadanos sienten cada vez más aversión.
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