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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 20 DE FEBRERO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Corrupción: el azote de España
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Quién no ha oído decir que la corrupción le sale barata a los corruptos. Y, todavía peor, nunca estuvo suficientemente mal vista. Cuando se habla de corruptos, nada extraño es que se diga, con aceptación casi generalizada, que mientras no sean cogidos con las manos en la masa, hacen muy bien en trincar.

Porque en España ha sido siempre normal que los cargos políticos, salvo raras excepciones, se lo lleven crudo. Y hasta si alguien pone pegas a semejante comportamiento, puede ser tachado de inquisidor y de otras cosas por el estilo.

Días atrás, en plena tertulia, uno de los componentes aseguraba que los españoles hemos sido siempre muy comprensivos con las flaquezas ajenas, y si a veces las condenamos no es por intolerancia sino por envidia. Y su decir no estaba falto de razón.

La corrupción, pues, es la eterna amenaza que gravita sobre la condición humana. Ya que robar es inherente a tal condición. Ahora bien, nunca fue tratado en igualdad de condiciones un ladrón con varios títulos que un pobre diablo. Cuesta lo indecible, y pronto lo podremos comprobar, condenar a un poderoso.

Estamos viviendo el momento culminante de la podredumbre a gran escala. La corrupción política es el mal uso (gubernamental) del poder para conseguir una ventaja ilegítima y generalmente secreta y privada. Información privilegiada, tráfico de influencia, sobornos, malversación, caciquismo, nepotismo… He aquí la variedad de malas acciones que deben ser castigadas.

Artefactos explosivos que han estado almacenados. Polvorín cuyo estallido final podría hacer volar todas las instituciones. Incluida la Monarquía. Lo cual sería un daño irreversible. Ya que el republicanismo nunca fue el régimen político adecuado para los españoles. Porque nunca se nos dio bien.

No hace falta más que repasar nuestra Historia. Y veremos, por ejemplo, al margen de cómo el federalismo de Francisco Pi y Margall terminó en desastre cantonal, durante la Primera República, cómo durante la Segunda las desavenencias entre Niceto Alcalá Zamora y Manuel Azaña –jefe del Estado y presidente del Gobierno- fueron una constante. No se podían ver ni en pintura. Y a lo más que llegaban es a soportarse. Y a partir de ahí todo podía suceder.

Es lo que los españoles hemos hecho hasta ahora con los cargos políticos, soportarlos -a pesar de que estábamos al tanto de que muchos de ellos no eran trigo limpio-, mientras los sueldos daban para vivir decentemente. Pero con la crisis económica aparecieron todas las crisis. Aunque la madre de todas ellas ha sido motivada por los desmanes que se les achacan a Bárcenas y a Urdangarín. Que pasarán a mejor vida como personajes que pusieron en un brete a la derecha española y a la Monarquía. Más que brete, lo que han hecho es ponerles un dogal en el cuello a ambas. Tan peligroso que puede cumplir su función justiciera.

En fin, que España está viviendo uno de los peores momentos de su larga vida; por más que Javier Arenas haya dicho que no ha mucho los hubo peores. Tal vez porque el vicesecretario general de la Política Económica y Local del PP sigue sin darle mucha importancia a la corrupción. La cual es grave. Muy grave. Tan sumamente grave como para seguir recordándole a nuestro alcalde que bien haría en averiguar quién de los suyos ha podido delinquir. Porque de seguir Juan Vivas haciéndose el lipendi, en cuanto concierne a un asunto que huele mal, puede costarle caro.
 

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