Con 16 años Miguel abandonó los estudios. Tenía claro que no
quería seguir con los libros y los dejó atrás. Sin embargo,
el trabajo no llegaba. Para él, la Escuela de la
Construcción ha supuesto una oportunidad de formación que
además le ha permitido trabajar durante seis meses como
carpintero. Ahora participa en el curso de especialización
de pintor y se muestra contento por haber aprovechado la
oportunidad. A su lado, Luis muestra la esperanza de que
este curso le sirva para salir del paro. Él ha llegado a la
escuela a través de Servicios Sociales. Este padre de
familia estaba desempleado y ahora tiene perspectivas de
trabajar nada más terminar el curso. “Es muy práctico y
estoy aprendiendo mucho”, señala para destacar el buen
ambiente que reina en el centro.
Para los alumnos, la Escuela de la Construcción se convierte
en la salida a una situación que en muchas ocasiones puede
rozar la exclusión social. A veces, algunos usuarios llegan
“con problemas que rompen el alma”, reconoce Marisa
González, una de las dos educadoras sociales del centro.
Ella y su compañera, Isabel Cabrera, trabajan con los
alumnos más conflictivos a nivel personal. Se trata cada
caso de forma individual e incluso, los más complicados, se
derivan a los psicólogos del Polifuncional del Príncipe. “Es
un trabajo duro”, señala Marisa que explica como se produce
“un cambio radical” a lo largo del curso en los usuarios que
llegan con problemas de integración.
“Además de enseñar las materias propias, también les
enseñamos matemáticas, lengua... Les educamos y hay gente
conflictiva que mejora como persona a lo largo del curso”,
cuenta Francisco Casado, uno de los monitores, que señala
como la motivación es uno de los ingredientes fundamentales
entre los alumnos. Para él, su trabajo la Escuela de la
Construcción es “una experiencia muy positiva y
gratificante”. No obstante, lo mejor, y en eso coinciden
todos los trabajadores de la Escuela de la Construcción, es
cuando un alumno termina los cursos y “vuelve para contar
que ha encontrado trabajo”.
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