Hoy el mundo se enfrenta a
cuestiones de justicia distributiva como jamás, puesto que
cada día son más las personas que carecen de bienes
imprescindibles para seguir viviendo. La nutrición, la
educación y la salud, que debiera alcanzar a todas las
personas, es algo que se le sigue negando a multitud de
seres humanos, mientras otros continúan practicando el
derroche. A los verdaderos autores de este despilfarro
tampoco se les aplica un castigo proporcional a su injusta
hazaña. ¿Dónde está esa justicia retributiva para que se
sancione ejemplarmente el daño provocado?. Si en verdad
queremos reconducir la idea de que todos los ciudadanos han
de tener lo básico para su sustento y las mismas
oportunidades para realizarse, hagámoslo realidad de una vez
y para siempre. No nos dejemos confundir. No hay desarrollo
sostenible, sino se aplica una distribución justa de
recursos, y sí no se retribuye el mal que causan las fuerzas
que discriminan.
No podemos perder más tiempo, tenemos el justo y el preciso,
para erradicar la pobreza y promover el empleo pleno y el
trabajo decente, la igualdad entre los sexos y el acceso al
bienestar social. Fuera exclusiones en un planeta global. Es
posible llevarlo cabo. Es posible. Sólo necesitamos buenos
referentes, auténticos guías. Tenemos que restaurar la ética
y dar una respuesta contundente a quien infrinja las bases
de esta justicia, para que todos podamos vivir con dignidad,
estabilidad y oportunidades. A mi juicio, eso es lo que
buscan las riadas de personas que últimamente siguen
manifestando su descontento. Lo que anhelan es una justicia
distributiva y, en todo caso, el que no cumpla con ésa ética
de respeto e inclusión social, que tenga un castigo
ejemplar. En definitiva, lo que en el fondo de estas
movilizaciones ciudadanas subyace es un llamamiento al
sentido de la equidad, algo que hemos disipado de la faz de
la tierra.
La búsqueda de esa justicia distributiva es crucial, como lo
es la justicia retributiva, para reducir el riesgo de
malestar social que nos invade. Despojémonos de miedos y no
nos dejemos intimidar por pedestales poderosos. Juntos, no
sólo podemos, debemos hacerlo en pro de un desarrollo
humanitario para todos. Por ello, la humanidad necesita
trabajar más por el bien común, otra de las cuestiones que
también se han perdido, y esos bienes en común deben ser
suficientemente abundantes para satisfacer las necesidades
básicas de todas las personas. Para lograr este objetivo,
los gobiernos han de inducir a las clases más pudientes (y
no al revés como viene sucediendo con el tema de la actual
crisis financiera) a aceptar por razón de bien común, las
cargas de ciudadanos que se han empobrecido, para que lo
básico -como puede ser una vivienda- no les falte.
El caso de muchos indigentes muertos en España merece una
reflexión. ¿Dónde está la justicia distributiva que permite
que la gente se muera de frío, en plena calle, porque no
tiene casa en la que poder cobijarse?. Ante estas
realidades, ¿podemos quedarnos de brazos cruzados?. Hoy más
que nunca, debido a la gravísima crisis económica que azota
al planeta, exige que los que tienen grandes fortunas,
aunque sólo sea por pura conciencia, contribuyan a
acrecentar ese bien general en beneficio de los más débiles.
Sí aspiramos a tener una convivencia realmente pacífica
tenemos que cuidar estas cuestiones de justicia
distributiva. Sirva, pues, la festividad del Día Mundial de
la Justicia Social ( 20 de febrero), para renovar el
compromiso de lograr una transformación más justa, en
nuestros modos y maneras de vivir.
Precisamente, esta crisis financiera económica y global,
debe impulsarnos hacia un mayor control de la justicia
distributiva, que si en verdad se hace justa, contribuirá a
reducir los riesgos de descontento, delincuencia y violencia
que nos asedia. Por desgracia, cada día son más las personas
que carecen de una protección social adecuada y las
injusticias son cada vez mayores, aumentando de este modo el
número de personas pobres, vulnerables y marginadas.
Habría que recapacitar sobre el motivo de tantas injusticias
y de dónde vienen. En parte nacen de nuestra propia visión
desordenada, de nuestros desequilibrios, de la poca
humanidad que cultivamos, de nuestro deseo de ser
autosuficientes, de las propias estructuras creadas por
nosotros sin un consenso moral. Por eso necesitamos rescatar
y reafirmar los valores humanos, llegar al fondo del propio
corazón de cada uno para renunciar al interés personal y
amparar mucho más el interés social. Está claro que la paz
construida sobre la injusticia social y el interés
ideológico, jamás podrá convertirse en nada armónico y
duradero. El día en que seamos un único pueblo, unido en un
único afán de crecer todos, la justicia será un valor sin
fronteras y la paz una realidad sin frentes.
¡Qué mejor modo puede haber para promover la justicia
distributiva, y para que opere la justicia retributiva (o
reparadora del mal), que mejorar las relaciones Norte-Sur,
Este-Oeste! Necesitamos romper la cadena de tensiones.
Comenzaría por los políticos, a los que les pediría se
formasen en el interés social de servicio, y tuviesen fecha
de caducidad, para no caer en la política profesionalizada
de los grandes beneficios (personales o partidistas). A las
gentes de negocios y a quienes son responsables de las
organizaciones financieras y comerciales, les pediría que
pusiesen el dinero al servicio de las personas, y no las
personas al servicio del dinero, para desterrar del planeta
el verídico dicho de que “poderosos caballero es don
dinero”. Que sean las personas quienes abren todas las
puertas y no sus caudales. A todos vosotros, y a mí mismo,
no les pediría nada, me animo y os aliento ardientemente a
perseverar en la solidaridad y en el diálogo sincero. Es
hora de compartir y de vivir con la conciencia de formar una
sola familia, bajo el auténtico apoyo de una justicia
redistributiva, sabiendo que ésta descansa en dos máximas:
la sustracción que a uno no le pertenece es punible
(justicia retributiva) y la cosa sustraída es sagrada por
ser de todos. Sean justos al redistribuirla o gestionarla.
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