La presión migratoria en las mil
caras que adopta se presenta bajo las más diversas formas y
maneras de actuar, en esa lucha y anhelo por buscar un mundo
mejor, huyendo de la miseria y a veces, aún a riesgo de
encontrar la muerte, emprendiendo una aventura tan suicida
en la que también se puede encontrar un fatal desenlace tan
imprevisible, como esa desesperada huida utilizando la
ocultación más insospechada o inhumana. En el balance de la
Guardia Civil referido al pasado año, han sido localizados
solo diez inmigrantes ocultos en vehículos pero también se
han frustrado 550 intentos. Unas cifras alarmantes fruto de
la desesperación por alcanzar la península a cualquier
precio.
El “efecto migratorio”, término que, desde el Gobierno de la
Ciudad se ha utilizado para reclamar los suficientes fondos
como para afrontar esta precaria circunstancia de
inmigración ilegal por el denominado también “hecho
fronterizo” de nuestra situación geográfica como frontera
sur de Europa, es una práctica habitual con mucha mayor
incidencia, a tenor de los datos, en la ciudad hermana de
Melilla que aquí, donde se ha tenido que utilizar hasta un
“detector de latidos” en la frontera para descubrir los
camuflajes en maleteros u otras ocultaciones en distintos
habitáculos de los coches.
Una situación, como decíamos, con múltiples aristas y
enfoques. Una nueva dinámica que requiere, por mor de esas
múltiples aristas a las que nos referimos, en materia de
inmigración, que 18 organizaciones de todo el país se hayan
unido bajo el lema “Salvemos la hospitalidad”, para
denunciar un cambio en la ley que, de llevarse a efecto,
equipararía actos de “solidaridad” con el lucro de las
mafias de la inmigración. Algo aberrante y por lo que las
organizaciones que reivindican esta situación, buscan que se
rectifique una norma que provocaría no pocos conflictos.
Máxime en una España y una Ceuta tradicionalmente solidarias
que se verían abocadas a un conflicto de intereses y de
identidad de difícil resolución.
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