Los sábados disfruto de lo lindo
en la calle. Desde las dos hasta las cinco de la tarde me lo
paso bomba entre amigos y conocidos. Mi primera visita ha
sido al Bar El Mentidero. Y debo decir cuanto antes que
estaba abarrotado. Así que lo primero que hago es felicitar
a Jesús Álvarez, propietario de un establecimiento
que se pone a tente bonete. Locución cordobesa que significa
lleno a más no poder.
Comparto mesa y mantel con las mismas personas de todos los
fines de semana. Y conversamos de cuanto nos apetece.
Conversar no es lo mismo que escuchar sermones o atender
voces de mando. Sólo se conversa –sobre todo, sólo se
discute- entre iguales. En cuanto hay quien trata de imponer
su jerarquía la charla se viene abajo. Se derrumba en un
amén.
Conviene decir cuanto antes que todas las opiniones no son
iguales. Por más que todas tengan pretensiones de verdad.
Verdad que debe ser argumentada. También es cierto que no
hay verdades absolutas. Puesto que están sometidas a los
vaivenes de la vida. Hoy ha nos ha tocado hablar de la
Falange. Y créanme que no me acuerdo por qué ha sido a
relucir.
Lo que sí sé es lo que he dicho al respecto de un partido
político cuya trayectoria induce a error. Quizá porque su
pasado estuvo sometido a errores que pagaron con creces. La
Falange fue un partido de la clase media baja española.
Desde 1840 hasta 1920 ésta fue la clase más descontenta de
España, y con un programa drástico se convirtió en la
defensora de las políticamente no educadas clases
trabajadoras. Pero pronto tuvieron problemas que no supieron
solucionar.
-¿A qué te refieres? -me pregunta uno de los contertulios.
Cuando las clases trabajadoras empezaron a formar sindicatos
y partidos políticos propios, la clase media baja se quedó
aislada. El liberalismo había muerto ya por aquel entonces
en el estancamiento de la política parlamentaria, de modo
que cuando empezó a desarrollarse la amenaza del socialismo
revolucionario, la clase media baja adoptó apresuradamente
un programa prestado de Italia y Alemania, cuyo principal
mérito era que prometía darles rápidamente el poder.
-Vamos a ver, interviene otro de los presentes en la
tertulia, ¿quieres decir que la Falange no nació para apoyar
los intereses de los terratenientes y capitalistas?
-Sí; quiero decir eso. Es más, la Falange nació con la idea
de ser un partido genuinamente revolucionario, tanto
anticapitalista como anticlerical. Su tragedia fue que no
consiguió el poder. Y el partido se halló prisionero de los
terratenientes, del Ejército y la Iglesia, y así fue incapaz
de llevar adelante ninguna de las reformas que deseaba
obtener y que había impartido con ríos de sangre.
De modo que tras la guerra civil, la desilusión cundió entre
sus mandos, los cuales entre desilusionados y cínicos,
vieron como muchos aprovechados entraron en el partido tarde
y por razones puramente personales y consintieron en ser
arrastrados por la ola general del estraperlo y la
corrupción causada por la inflación. Muchos falangistas,
acabaron sufriendo de mala conciencia, y su amargura les
condujo a vivir defensivamente. Porque cometieron errores de
bulto en una guerra y posguerras absurdas. Ni que decir
tiene que no todos los participantes en la conversación
estuvieron de acuerdo con lo expuesto por mí. Pero tampoco
es menos cierto que todos conocieron un lado de la historia
que desconocían.
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