Nos dicen desde Europa que estamos en el buen camino, en la
senda del crecimiento, en vías de recuperación, la nueva
Alemania, el futuro se presenta halagüeño… según la biblia
económica de los indicadores económicos. El problema
estriba, tanto si es cierto como si no, en qué es lo que nos
dejamos en el camino, en saber si eso es lo que queremos o
no, y claro eso depende de la óptica de cada uno. Entramos,
como siempre con retraso, en el siglo XXI, y con él debemos
dejar atrás un modo de vida, una forma de entender el mundo
y la época que nos ha tocado vivir, para afrontar de manera
radicalmente lo que nos viene dado.
Al fin y al cabo era lo que queríamos, implicarnos en
Europa, considerarnos parte de ese continente en el que
geográficamente estamos incluidos, aunque políticamente nos
hayamos visto desplazados una y otra vez. El sueño se
convierte en realidad, ahora somos todo aquello que
pretendíamos ser, aunque el precio a pagar sea alto, nunca
nos había importado, hasta ahora. Porque cuando las cosas
vienen mal dadas, es cuando la crítica se hace más ácida,
cuando caemos en la cuenta de que en nuestro mundo se están
incluyendo factores no deseados, que nos obligan a
comportarnos de tal o cual manera.
Pero ¿acaso nos quedan alternativas? Solo cabe dejar de ir a
remolque de los conceptos que se aplican como recetas
inapelables desde los poderes centrales europeos y tomar las
riendas de esos centros de decisión y poder europeos, es
decir hacernos más fuertes, más poderosos y marcar el ritmo
en lugar de vivir siempre a la sombra de las otrora
poderosas potencias de la vieja Europa. Difícil, pero no
imposible, marcar el camino en lugar de seguirlo, aprender
de nuevo a manejarse en los foros mundiales, sin
considerarnos a nosotros mismos como una potencia media, o
lo que es lo mismo, de segundo nivel.
Para saber cómo se hace eso no hay más que observar con
detenimiento a nuestros vecinos, liderazgo, vocación
internacional, control interno de nuestra economía, pero
sobre todo voluntad de no permanecer aislados, puesto que no
es posible hacerlo, nos guste o no, la autarquía ya era
imposible antaño, ahora es ridículo sin más.
Claro que somos lo que somos, lo que nuestra propia
historia, nuestros antepasados y nuestras filias y fobias
han hecho que seamos, por eso hay que superar todo aquello
que suena a añoranza de un pasado que nos atenaza y nos
bloquea.
Ya es tiempo de considerarnos una democracia consolidada,
con sus virtudes y defectos, pero sin complejos.
Ya es tiempo de aceptar que el mundo gira y gira, nos guste
o no, como Inglaterra aceptó que ya no era una gran imperio,
adaptándose a las nuevas condiciones mundiales y apoyándose
sin ambages en el nuevo líder mundial tras la segunda guerra
mundial.
Aprovechar las fortalezas, esconder las debilidades, encarar
con confianza los retos del mundo. No siempre es agradable
comprobar que quizás hubiera sido mejor haber hecho las
cosas de otra manera, pero es tarde para lamentos.
El pacto de estado que habría que demandar, entre otros, es
el de los grandes partidos consensuando una política
exterior continuista e implicada en la defensa de los
valores de progreso y democracia, evitando los continuos
vaivenes que nos hacen débiles a los ojos de los demás.
Es difícil, lo presumo, pero si algo debe enseñarnos esta
crisis, es a evitar que los demás sean los que vengan a
decirnos cómo debemos hacer las cosas, a estar preparados
para futuras caídas y prestos a levantarse, a ser mejores y
más rápidos a la hora de evaluar las continuas fluctuaciones
de las economías mundiales y a prever las bajadas, grandes y
pequeñas que nos hacen tambalear. Eso es lo que nos aguarda
y de la forma en que lo asumamos dependerá nuestro futuro,
no queda otra. Podemos seguir instalados en la comodidad de
nuestro apacible sesteo o podemos coger el toro por los
cuernos, no depende de nadie, solo nosotros, con nuestro
esfuerzo y la necesaria actitud, podemos hacer frente a los
desafíos.
Disponemos de las herramientas necesarias, contamos con el
capital humano preciso para poder dar un paso al frente e
iniciar un nuevo ciclo, con la lección bien aprendida.
No podemos seguir esperando a que los acontecimientos nos
superen, hemos tenido la oportunidad de comprobar en carne
propia lo que sucede cuando dejamos que eso ocurra, y dejar
correr las cosas nos conduce directamente al modelo griego.
La Europa del sur, tan denostada y subsidiada debe dejar de
ser el furgón de cola y alguien debe liderarla. Eso si,
sabiendo que las cosas nunca serán lo mismo.
|