Mariano Rajoy ha dado en la
manía de decir a los suyos que no hagan el menor caso a
cuestiones relacionadas con la corrupción. Que no se debe
perder el tiempo en denuncias de esa laya. Porque sólo
sirven para entorpecer la labor que de ellos exige el
momento actual de España.
Al presidente del Gobierno le pasa con Luis Bárcenas,
como en casi toda Andalucía con la culebra, que no se nombra
la palabra por motivos supersticiosos, y se dice “un bicho
largo” o una bicha”. Aunque en el caso de don Mariano, la
gente cree que, al margen de supersticiones de tres al
cuarto, lo que le tiene es verdadero pavor al extesorero de
los populares. Y no es para menos, mire usted, debido a lo
que debe saber un tipo que ha estado media vida metido de
hoz y coz en las entrañas de la organización.
Y hasta puede que Rajoy, tan pudoroso él, sienta un ataque
de lacha, después de lo que dijo de Luis “El Cabrón” en el
Congreso de Valencia, en 2008. No me extraña que se
avergüence cada vez que le recuerden que fue él quién
defendió con vehemencia al extesorero y hasta arriesgó con
poner la mano en el fuego por su amigo Bárcenas. Cuando en
aquel momento lo que hubiera convenido es someterle a una
ordalía. Un Juicio de Dios para comprobar la inocencia o
culpabilidad del acusado (no tomen lo dicho al pie de la
letra).
Tan harto está el presidente del Gobierno del “caso Bárcenas”,
que, cualquier día, al igual que el último rey portugués,
don Manuel, cuando supo que un embajador hispanoamericano a
quien debía recibir se apellidaba Porras y Porras (porra
significa en portugués el miembro viril), podría exclamar:
“¡Lo que me molesta es la insistencia!”.
La denuncia insistente acerca de la corrupción y de los
corruptos es, sin duda alguna, tarea imprescindible por
parte de todos los medios. De no ser así, se estará
propiciando, cada vez más, que la cleptocracia siga campando
a sus anchas. Lo cual es de una gravedad extrema. Ya que la
existencia de muchos gobernantes ladrones es equiparable al
terrorismo. Y no es una exageración. Pues la corrupción da
pie a que actúen los violentos contra el sistema.
El problema es que las direcciones de todos los medios están
enfrentadas, y basta que uno saque a relucir un caso de
corrupción para que los otros intenten minimizarlo o
negarlo. Y los políticos, que en cuestiones de
enfrentamientos periodísticos están al día, suelen avivar
las discordias para beneficiarse. Y esa actitud les ha
permitido a muchos de ellos vivir convencidos de que podían
meter la mano en la caja sin temor alguno.
Sin miedo alguno, por ejemplo, podríamos decir que está
actuando un gobernante local. El cual, no conforme con la
mamandurria obtenida -viene disfrutando de cargo y empleo
provechoso y de poco o ningún trabajo-, parece ser que se lo
está llevando crudo sin solución de continuidad. Y, mientras
desde este periódico se viene avisando, sin prisa pero sin
pausa, ninguna autoridad osa interesarse por un asunto que
puede convertirse en un escándalo mayúsculo. En rigor, nadie
quiere darse por enterado de tan feo asunto. Por más que se
sepa que nuestra denuncia tiene consistencia. Lo lamentable
es que nuestro alcalde se está haciendo el distraído.
Aprovechando que Aróstegui, de natural inquisidor, se
está haciendo el lipendi tanto en este caso como en el de la
Federación de Fútbol de Ceuta.
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