El Papa anuncia que dimitirá el
próximo 28 de febrero por razones de salud. La noticia corre
como la pólvora y el mundo entero habla de algo que no
entraba en los cálculos de nadie: la renuncia de Benedicto
XVI a su Pontificado. Con lo cual sería el cuarto Pontífice
romano en tomar semejante decisión. Y lo hace alegando lo
siguiente: “He de reconocer mi incapacidad para ejercer bien
el ministerio que me fue encomendado”.
La decisión del Santo Padre es motivo de charlas de cafés,
de corrillos, mentideros, oficinas y, naturalmente, los
tertulianos de los diferentes medios no cesan de opinar al
respecto. El espectáculo de los pareceres no ha hecho más
que comenzar. Y así seguirán hasta que el hecho se consume a
la ocho de la tarde del 28 de este mes. Y lo que te rondaré,
morena.
Raro resulta que El Papa haya elegido irse en el mes al que
los refranes consideran que no es de fiar en ningún aspecto.
Lo cual demuestra que la Iglesia no comparte los dichos
agudos y sentenciosos de uso común. Pero uno, sí; y, por
tanto, se le viene a la mente ese dicho que asegura que no
hay mal que por bien no venga.
Que es lo que habrán pensado los miembros del Gobierno nada
más conocerse el bombazo de la renuncia de Su Santidad. Lo
cual es tan fácil de entender cual comprensible. Ya que a
partir de ahora y hasta que finalice febrerillo el loco, en
España sólo se hablará de Benedicto XVI y de todo cuanto
concierne a su abdicación. Tendrán preferencias los dimes y
diretes acerca de un hecho trascendental en el seno de la
Iglesia (a propósito: a ver si me tropiezo con mi estimado
Alejandro Sevilla y me pone al tanto de cuestiones
relacionadas con la validez de la renuncia del Papa).
La renuncia de Benedicto XVI ha llegado en el momento más
oportuno para el Gobierno presidido por Mariano Rajoy.
Y cabe imaginar, por más que digan lo contrario, pues están
obligados a ello, faltaría más, que sus componentes se
muestren eufóricos. Sus componentes y toda la familia
popular. Estarán alegres como unas castañuelas. Por algo tan
principal como es que deje de hablarse de la corrupción y,
concretamente, del “caso Bárcenas”. Máxime cuando la Policía
ha manifestado que hay defectos de forma en los papeles
manuscritos por Luis “El Cabrón”.
Así, pronto veremos de qué manera los populares saldrán a la
palestra diciendo que lo que toca en estos momentos, de
tanta incertidumbre en el Vaticano, es pedir por la Iglesia
y por El Papa. Y que los españoles debemos rezar para que el
Espíritu Santo esté presente en todos los actos
trascendentales que se avecinan en Roma.
Por lo cual debemos olvidarnos de cuestiones menores. Como
hemos venido haciendo hasta ahora. Por mor de Rubalcaba.
Y, de paso, se nos hará saber que María Dolores de
Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría serán
preparadas mejor que nunca para que acudan, una vez más, a
la Sede Pontificia, el día anunciado, vestidas de riguroso
luto y con peineta y mantilla. Protocolo que les cae de
maravilla a las ‘niñas de Rajoy’.
En fin, lo ya dicho: que no hay mal que por bien no venga. Y
lo anunciado por El Papa, es decir, que dimite y que lo hace
porque reconoce que no está en condiciones de ejercer el
ministerio que le fue encomendado, además de cogernos por
sorpresa a todos los católicos, se ha convertido en una
tabla de salvación, momentánea, para el Gobierno y para el
PP.
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