Eso es lo que no dejan de decir para justificar un recorte
de derechos que, ni aun siendo cierta tan repetida
cantinela, podría ser justificado. Es lo que repiten desde
un Gobierno inmisericorde con los débiles y servil con los
poderosos, y lo que sus estómagos agradecidos andan
reiterando sin cesar cada vez que alzamos la voz para
denunciar una situación que deja a las familias sin hogar y
empuja a las víctimas de la barbarie neoliberal manejada por
los sanguinarios mercados a quitarse la vida. “Me suicido
por dignidad” rezaba la carta del farmacéutico jubilado que
se pegó un tiro en la Plaza Sintagma de Grecia a la vez que
nos llamaba a los jóvenes a “tomar las armas y colgar a los
traidores”. Situaciones que producen casos así son
injustificables y un Gobierno con un mínimo de decencia
siempre debería posicionarse del lado de los desposeídos,
nunca del de las entidades financieras, verdaderas culpables
de la actual situación. Existen bandos y la política de este
país está claro que no anda del lado de los buenos.
La última persona en dejar en evidencia la vergonzosa y
traidora actitud del poder político ha sido Ada Colau,
representante de la PAH (Plataforma de Afectados por la
Hipoteca) y ejemplo de mujer. Con sus dos ovarios y llamando
de una vez por todas a las cosas por su nombre, Ada tachó de
“criminal” al representante de la banca que el martes pasado
compareció antes que ella en la Comisión de Economía del
Congreso y que insultó a miles de ciudadanos estafados por
un sistema que les ha hecho perder trabajo y casa al
atreverse a decir que “la legislación española es estupenda
tal y como está”. Hace falta ser miserable. Ada no pudo
contenerse y mientras que daba datos acerca de la gran
estafa inmobiliaria que se ha llevado a cabo en nuestro país
y desmontaba la falacia de que hemos vivido como Dios y
ahora toca cumplir la penitencia, tuvo que soltárselo.
Muchos aplaudimos al oírla. Como ella misma ha recalcado ya,
se quedó corta.
Los españoles no han vivido por encima de sus posibilidades;
los españoles, o mejor dicho, los trabajadores españoles,
han vivido con las posibilidades que se les daba y que no
eran más que las necesarias para mantener el sistema. Los
datos demuestran que en las últimas décadas, el nivel
adquisitivo del trabajador ha bajado. La gente, en realidad,
se ha empobrecido, al contrario de lo que dicen con tanta
insistencia. Con el mismo dinero se podían comprar menos
cosas, lo que no es bueno para un sistema que precisamente
se basa en el consumo. Las empresas necesitaban clientes que
compraran sus productos y como los sueldos de la mayoría,
teniendo en cuenta los altos precios, apenas alcanzaban, los
bancos comenzaron a regalar créditos con dinero prestado de
bancos extranjeros. Había que consumir y para consumir
tenías que endeudarte. La publicidad te decía que te
endeudaras, el Estado te decía que te endeudaras y tu sueldo
te obligaba a endeudarte. Sin endeudamiento, el capitalismo
se cae. Si querías una casa (un derecho) te tenías que
endeudar, igual que si querías un coche para poder ir al
trabajo. La gente estaba endeudada, sí, pero pagaba sus
deudas mes a mes y el que no pagaba era sancionado con las
medidas pertinentes. Endeudarte y pagar tus deudas no es
vivir por encima de tus posibilidades, sino cumplir con
ellas.
Cuando todo explotó, lo principal era pagar la deuda de esos
bancos que habían hecho negocio con las necesidades de la
gente y que sí que estaban endeudados hasta el extremo. Así
estamos ahora. Los bancos se han rescatado con dinero de
todos, la gente ha sido expulsada del trabajo, no puede
pagar las deudas (hipotecas y demás) que se vieron obligados
a contraer y son despojados de sus casas, sus bienes, sus
derechos y su dignidad. Los bancos asumieron un riesgo y en
lugar de asumirlo- como dictan las normas de su adorada
economía de mercado- se nos ha obligado a salvarles para que
ellos nos sangren posteriormente. Se salvan bancos para que
hundan a las personas. Es demencial, enfermizo y asqueroso.
En lugar de hacer de la economía un instrumento al servicio
del ser humano, nos hemos convertido en esclavos de la
economía. De la economía de unos pocos, claro. De la
economía que algunos aún siguen pensando que es la economía
de todos y que “todos remamos en el mismo barco”. Algunos
aún piensan que los bancos deben ser rescatados con dinero
público, que es normal desahuciar a 500 personas diariamente
si no pagan la hipoteca contraida con un banco estafador y
rescatado con dinero de todos, que la legislación española
está bien como está, que hay que despedir y abaratar el
despido en nombre de la creación de empleo (hay que ser
borrego) y que la deuda es legítima y debemos pagarla (con
sus intereses obscenos) sacrificando derechos
insacrificables. Hay gente a la que no le interesa saber y
compra el mensaje para perezosos mentales del “no hay otra
salida” que a diario lanzan, a través de los medios,
patéticos personajes sin principios como Paco Marhuenda, ese
perro ultra al servicio de su amo, al servicio de un
Gobierno que nos esclaviza y nos reduce a mera mercancía en
manos de empresarios y banqueros. Hay gente que ha perdido
el sentido común y que no entiende que el objetivo de las
leyes es el de servir al ciudadano, no el de esclavizarle, y
que cuando esto último ocurre, la rebeldía y la
desobediencia dejan de ser derechos para convertirse en
obligaciones. No es de recibo que metamos en prisión a
mujeres que buscan dar de comer a sus hijos mientras esos
criminales de la banca a los que Ada se refería pasean
tranquilamente por nuestras calles y son presentados como
expertos y respetados hombres de negocios. Hace falta ser
ruín y asqueroso para continuar defendiendo a un Gobierno
lleno de -presuntos- corruptos que ordena a la policía
cargar contra los ciudadanos que protestan mientras indulta
a ladrones y torturadores y le hace continuamente el trabajo
sucio a esa banca criminal. La petición del viejo de la
Plaza Sintagma tiene mucho más sentido que el discurso de
Rajoy y que las babas de Marhuenda y del resto de sus
estomagantes voceros. Muchísimo más.
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