Aviados están quienes piensen que
la llamada “Primavera Árabe” ha sido un hecho puntual, pues
encaramos un proceso del que solo hemos vivido los
prolegómenos. Si en una primera fase las monarquías han
aguantado el envite, puede que en un segundo asalto estén en
el punto de mira siendo la jordana el eslabón más débil de
la cadena. Por otro lado y pese a no ser las fuerzas
desencadenantes, los movimientos islamistas de diferente
signo, bien estructurados y mejor organizados, han sabido
subirse al carro y llevar las aguas a su particular molino:
en Egipto, el gran país árabe bañado por el Nilo, los
Hermanos Musulmanes han tomado el control del ejecutivo, en
Túnez, Ennahda se ha visto obligado a pactar con los
“laicos” (para entendernos, musulmanes no islamistas) y en
Marruecos los islamistas parlamentarios del PJD, sin duda
los más moderados de entre ellos, encabezan un gobierno
junto a otras tres fuerzas políticas después de ganar las
últimas elecciones. Matizando que el islamismo es
fundamentalmente, si bien bajo cobertura ideológica
religiosa, un movimiento político conservador y de derechas
que ahora, al gobernar, va a tener que ir más allá de su
habitual demagogia populista y enseñar su verdadero rostro,
además de buscar respuestas creíbles para solucionar las
graves carencias que padece una amplia mayoría de la
población enfrentándose, en definitiva, a la horma de su
zapato: la cuenta de resultados.
En el Reino de Marruecos, tanto por razones objetivas como
por la propia evolución de los islamistas parlamentarios del
PJD (Partido de la Justicia y el Desarrollo), parece fuera
de dudas el compromiso de Abdelilah Benkirán y los suyos con
las reglas del juego y la alternancia democrática. ¿Pero
podemos decir lo mismo en el Egipto de Mursi o el Túnez de
Ghanuchi...? Hay por desgracia bastantes indicios que
apuntan en otra dirección. Fuentes de absoluta confianza de
este escribano en ambos países, apuntan en el primero a una
destrucción sistemática de sus instituciones y a un clima
soterrado de violencia social, en la que milicias islamistas
estarían ya actuando usando uniformidad propia de unidades
policiales y del ejército, “con un Mursi que dice una cosa
pero hace otra y tiene todos los poderes, como Mubarak”. ¿Y
en Túnez....? La complacencia de Ghanuchi y buena parte de
Ennhada (Hamadi Jebali representaría al ala moderada) con
los salafistas radicales, primos hermanos al fin y al cabo,
está despertando una gran aprehensión en el país. Porque hay
otra cosa clara: si bien más variopinta y peor organizada,
la sociedad civil no islamista de Egipto y Túnez no se
resigna, después de la caída de Mubarak y Ben Alí, a una
remontada salafista y un eventual control del Estado por
parte del islamismo radical. En Egipto hay una amplia
población abierta y liberal, mientras que Túnez es una
sociedad de base laica y con un fuerte movimiento
feminista.También es frustrante que los proyectos de nueva
constitución pivoten sobre la aplicación o no de la sharia
(ley musulmana) y la identidad islámica del Estado, en lugar
de abrir un debate profundo sobre la democracia real y las
libertades tal y como son universalmente aceptadas.
Los últimos acontecimientos en Túnez, teñidos de sangre con
el asesinato el pasado jueves 6 del veterano abogado y
representante del Partido de los Patriotas Demócratas
Unificados (PPDU), Choukri Belaïd, ha sido la gota que colmó
el vaso. Con independencia de la mano asesina de sus
ejecutores, la familia recuerda que estaba sufriendo
verosímiles amenazas de muerte pese a lo cual no se le
brindó protección policial. Este odioso asesinato político
está aún por dilucidar y, aunque las acusaciones hechas a
los salafistas de Ennahda (varias de sus sedes han sido
incendiadas) y, particularmente, a las inquietantes milicias
islamistas de la Liga de Protección de la Revolución (la
banda armada de Ennahda, que ya actúa como policía religiosa
en muchas barriadas) no estén hoy por hoy probadas, no es
menos cierto el acoso por parte de éstos, de palabra y obra,
a los valores de tolerancia y libertad que conforman la base
de la sociedad tunecina. Ennhada no se ha desmarcado
suficientemente del islamismo aun más radical que el suyo,
ha permitido el destrozo de más de treinta morabos
(santuarios) por todo el país, la colocación de banderas de
Al Qaïda en la universidad, las múltiples agresiones contra
intelectuales, el acoso a periodistas... Más aun: en
Tataouine, octubre de 2012, hordas de activistas de Ennahda
apalearon hasta la muerte a Lotfi Naguedh, conocido
militante político. Merece recordarse, como síntoma y
símbolo, las críticas de Belaïd al líder islamista Ghanuchi,
quién había justificado la violación de una joven por dos
policías con la peregrina reflexión “¿Qué hacía esta chica
de noche por la calle?”. ¿Se desliza entonces Túnez hacia
una eventual guerra civil....? No voy a decir que no y el
próximo 23 de junio, sobre el terreno cara a las próximas y
decisivas elecciones (Ennhada controla actualmente solo el
41% de los escaños de la Asamblea Constituyente)
legislativas y presidenciales, ya les contaré. Quizás y con
lo que se avecina, al final del camino tenga razón Spengler
y la civilización descanse en un puñado de soldados. En el
entierro de Belaïd, en el cementerio del Jallez, el ejército
tunecino desplegó un importante dispositivo de seguridad con
helicópteros incluídos, para proteger a la familia y a más
de 50.000 manifestantes que acompañaron al féretro, siendo
constantemente aplaudido, mientras la atribulada familia del
líder asesinado a la vez que rechazaba la asistencia al
sepelio de miembros acogía calurosamente al general Rachid
Ammar, Jefe del Estado Mayor del Ejército. Como contrapunto
y con la muerte en los talones de Belaïd, ha sido realmente
obscena la contramanifestación ayer sábado de 6.000
militantes de Ennahda coreando eslóganes islamistas y
apoyando, expresamente, a Ghanouchi. Lloro contigo, Túnez,
lloro junto a ti.
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