Coincidiendo con la fecha
típicamente occidental de San Valentín (14 de febrero), se
me ocurre interpelarme e interpelar a los lectores, sobre un
renovado lenguaje de amor para el mundo. Al igual que esta
persona (Valentín), allá por el siglo III reivindicó el cese
de la prohibición de matrimonios para los jóvenes, porque en
opinión del emperador (Claudio II) los solteros sin familia
eran mejores soldados al tener menos ataduras, pienso que
también en el momento actual tenemos que demandar un amor
más verdadero. Hoy la gente no quiere amor, quiere poder,
quiere triunfar, quiere tener, quiere pocos compromisos y
muchos dominios. Claro. Se encuentra en una frustración
permanente. La conquista de la madurez afectiva, manifestado
en un amor desinteresado y en la total donación de sí,
apenas se cultiva. El clima presente es de tal
desorientación moral que activa todos los peligros, todas
las desconfianzas, y el desengaño camina sonriente por todas
las esquinas del cuerpo. Como dice el refranero: nuestro
gozo, en un pozo.
Muchos lectores pensarán que San Valentín surge por el
interés de unos restaurantes o de centros comerciales por
avivar el consumo, pero su origen se remonta al periodo del
Imperio Romano. Casi nada. Por aquel tiempo, el sacerdote
consideró que el decreto era injusto y desafío al emperador.
También la situación actual exige cambios en nuestro
comportamiento. El mundo tiene hambre de amor. Sabemos que
tan importante como alimentar el cuerpo es alimentar el
corazón, y por ello, hemos de activar la ternura, el
acompañamiento, la adhesión hacia los que sufren. Quizás más
que nunca, nos hace falta activar un auténtico lenguaje de
amor responsable al servicio de la vida y de las personas,
un amor que genere la unión entre personas de diversas
culturas. Lejos queda lo que se ha llamado “civilización del
amor”. Está visto que las palabras, por sí solas, nada
resuelven. Lo que se precisa es un diálogo sincero
acompañado de hechos, o sea, de actos de incondicional
amistad hacia todos los seres humanos.
El amor, y sólo el amor, es lo que nos alienta la vida, hace
que las personas se realicen mediante la entrega sincera de
sí mismo, no en vano amar significa dar y recibir lo que no
se puede comprar ni vender, sino sólo donar libre y
recíprocamente. Pensamos en una falsa civilización del
progreso. Obviamos la dimensión de mirar todos unidos en la
misma dirección, hacia un mundo de bondades y virtudes. La
señal de que no amamos lo suficiente a alguien es bien
clara, cuando no le entregamos todo lo mejor que hay en
nosotros. La solución al problema planteado recientemente
por Naciones Unidas de cómo avanzar en el programa “Hambre
Cero” no está en poder alguno, sino en saber encauzar
nuestras propias vidas en ayudar a los que menos tienen.
Tampoco es nada nuevo, ya el científico alemán en el siglo
XIX, Albert Einstein, apunto la mejor receta, al decir que
“sólo una vida vivida para los demás merece la pena ser
vivida”.
Nada se concibe sin amor, es el significado último de todas
las cosas, no es una simple sensación, es la explosión de
alegría que está en el origen de la belleza. La peor vida es
la de un corazón encerrado. Necesitamos querer y que nos
quieran, apasionarnos por lo verdadero aunque nos cueste,
pero tenemos que dar luz a los valores humanos, para poder
crecer como civilización civilizada, o lo que es lo mismo,
enamorada. En este globalizado mundo todo son facilidades
para hacer el amor, sin embargo para enamorarse ya es más
complicado. San Francisco de Asís al enamorarse de Jesús,
halló el rostro de Dios-Amor, y se convirtió en su cantor
ardiente, como verdadero místico. Otras muchas personas se
han enamorado de la vida, o de la vida y las personas,
transformándose en cantautores de la solidaridad. Al fin y
al cabo, enamorarse es sentirse encantado por algo, tener
plena conciencia de que uno también importa, que uno también
inspira ese amor, sin condiciones ni intereses. Por
desgracia, lo que realmente prolifera es la unión para
compartir una misma venganza en lugar de un mismo amor.
Precisamente, lo que suele aprovechar esta generación de
poderes arbitrarios, sustentados en la mentira, son todas
las ocasiones para perjudicar a los más débiles. A los
hechos me remito. La convergencia de las diversas crisis
alimentaria y de las finanzas y los efectos del cambio
climático, lo que han intensificado es la intolerancia y los
prejuicios, la discriminación y el abandono de políticas
sociales. Los pobres son más pobres mientras los ricos son
más ricos. Por esa falta de lenguaje claro, conciso y
verídico, que solo puede poseer el que en verdad está
injertado por el enamoramiento a la especie humana, nada es
lo que parece. No es una actitud amorosa, o sea,
responsable, movilizar unas medidas (sin corazón) para que
se salve solamente el sistema económico imperante, dejando a
la deriva a personas. Debieran saber todos estos inhumanos,
con poder en plaza, que nada puede construirse sin amor.
Superar los acontecimientos actuales y levantar un futuro
más justo se forja desde la conjugación del verbo amar,
nunca desde el egoísmo y mucho menos desde esta perversa
injusticia social planetaria que nos invade.
Ahora se habla de un modo sostenible de vivir, en vez de
impulsar el dicho de ama y haz lo que quieras, pero ama de
verdad. Todo se precisa hacerlo con voluntad de querer: se
perdona con amor, se educa con amor, se trabaja con amor, se
comparte con amor, y en ausencia de ese amor, todo es
mentira. Lo que debe ensañarnos la historia de san Valentín
es que, paralelamente a una necesidad de amor, existe un
deseo de amar que no debe ser truncado y mucho menos
desaprovechado, comprendiendo que podemos convivir unos y
otros desde el amor. Sin duda, no hay otra manera de
fortalecer los vínculos que nos unen como seres humanos que
amándonos y dejándonos amar.
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