Amanece un sábado frío pero
soleado. Que invita a dar barzones por el centro de la
ciudad, antes de recalar en el lugar apropiado para tomar el
aperitivo. Como mandan los cánones de la tradición, salvo
fuerza mayor. Lo normal es hallar a conocidos con los que es
un placer charlar de cuanto se encarte. Y hoy, como tantas
otras veces, no iba a ser menos.
Sentados a una mesa, presidida por el buen ambiente, a pesar
de la que está cayendo en todos los sentidos, es decir,
recortes y corrupción a mansalva, los reunidos principiamos
a pegar la hebra. Mediante norma establecida con antelación:
ni se levanta la voz, ni se acapara la conversación, ni se
habla de la pareja por antonomasia: la formada por Sara
Carbonero e Iker Casillas. Y aceptamos lo
acordado.
Lo primero que sale a relucir es la forma de ser del hombre
que hace y deshace en la coalición Caballas. Y alguien dice
de él que es el gran fiscalizador de la Ciudad. Que si no
fuera por él, o sea, gracias al miedo que sus acusaciones
generan entre los miembros del Gobierno, éstos no tendrían
temor de nada e imperaría el desorden en todos los sentidos.
Quien habla, en un momento de su intervención, hasta dice
que Juan Luis Aróstegui tiene un parecido con aquel
Rodríguez Lucero, canónigo de la Catedral de Cádiz, e
Inquisidor del Tribunal de Córdoba, en 1499. Y, claro, como
yo conozco la historia de semejante inquisidor, creo
oportuno salir en defensa del sindicalista que más empleos
tiene y más dinero gana cada mes.
Mi defensa es sencilla: el hombre que dirige los destinos de
la coalición Caballas sabe muy bien lo que hace y a quién
debe darle la vara continua. E incluso disfruta de lo lindo
poniendo en evidencia a los cargos que él considera
incapaces de ganarle la partida en las discusiones
plenarias. Es más, entre sus amistades, días antes de los
plenos, cuenta cómo y de qué manera los va a ridiculizar.
Sus palabras producen jolgorio entre sus más íntimos
seguidores. Pero se muestra incapaz, como lo hacía Rodríguez
Lucero, de enfrentarse a los poderosos. Hasta ahí no llega.
Creo que Manolo lleva razón, dice otro contertulio.
Porque yo vengo observando que Aróstegui jamás larga del
trato que le dispensa Juan Vivas a la Federación de
Fútbol de Ceuta. Ni tampoco ha dicho ni pío de ese concejal
que ha recibido regalos de una empresa. Ni mucho menos le ha
dado por averiguar si es verdad que hay concejales que
viajan y se hospedan de gañote. Ni cuál es la agencia de
viajes que los trata con tanta delicadeza y por qué motivos.
Otro de los presentes deja caer que quizá el sindicalista
que más empleos tiene en Ceuta, y más dinero gana cada mes,
también forma parte de los agraciados a viajar y hospedarse
gratis. Y, por tanto, se entiende que no diga ni mu al
respecto.
Ante esa insinuación, me veo obligado a pedir la palabra. Y,
tras serme concedida, niego rotundamente que Aróstegui forme
parte de quienes viajan de bóbilis. Vamos, por la jeta. Por
una razón muy sencilla: porque el hombre más inteligente de
Ceuta presume de ser poco o nada viajero. Ya que salir de
Ceuta lo deprime. Debido al amor que siente por esta tierra.
El mismo, o más, que Juan Vivas. De ahí que ambos se lleven
a la perfección. Y se rían, por lo bajinis, de todos los
demás concejales y cargos habidos y por haber de la ciudad.
A los que, en cuanto se les presenta la ocasión, entre
bastidores, desmerecen con sarcasmos propios de personas
listas.
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