Intencionadamente, voy a silenciar
su nombre, por el respeto que me produce encontrarme en un
organismo oficial con una funcionaria o un funcionario que,
desde el primer momento, se interesa por el asunto que va a
abordar y que además de interesarse conoce a pie juntillas
todo lo que hay en su departamento.
Yo me estoy refiriendo, ahora mismo, a una funcionaria de la
Delegación de Hacienda, de aquí de Ceuta, hija de
funcionario y que en dos ocasiones que he tenido la
necesidad de tratar un asunto con ella, me ha demostrado
como el bien hacer y el cariño a su profesión hace romper
esas falsas imágenes que hay en el mundo del funcionariado.
A más de uno le va a parecer extraño que, ahora
precisamente, cuando a los funcionarios nos están machacando
desde todos los ángulos, podamos mostrar la auténtica valía
del funcionariado, en la mayor parte de los casos.
Es cierto que, en más de una ocasión, hemos visto como un
“sucedáneo de funcionario”, en vez de atendernos con
prontitud y buenas maneras, se ha quedado sentado junto a su
mesa, limpiándose las uñas. Ese, por supuesto, no es un
funcionario, ese puede ser alguno de los que llegó, por el
camino que fuera y está ocupando el puesto de un verdadero
funcionario, sin él serlo.
Y es más, aunque ahora suene mal hablar bien de los
funcionarios, no debemos olvidar que en cambios tan
trascendentales como el que se dio en España, en el paso de
la dictadura a la democracia, si no hubiera sido por la
formación de los funcionarios la Administración se hubiera
paralizado, porque ya me dirán qué sabían de cualquiera de
los departamentos los recién llegados a altos cargos, por
mucho que les hubieran votado en Sevilla, en Guadalajara, en
Zaragoza o en Badajoz.
Pero hay más, cuando se habla de los funcionarios, con mucha
frecuencia se está citando a personas que no por la puerta
abierta del funcionariado han entrado, hay muchos,
muchísimos, que han llegado por unos caminos falsos,
marcados por el dedo de alguno de esos jefecillos, que
prefieren rodearse de uno que siempre le dice sí, a tener
que estar oyendo, al verdadero profesional, que aquel camino
no es el idóneo para el asunto que están tratando.
Y mira por donde, hemos llegado al punto que quería llegar y
al que el funcionario, de verdad, ha tenido que pasar por
una oposición en la que, al menos, en el tema que tuvo que
defender, demostró que estaba preparado y más que otros que
se quedaron sin entrar.
Aquí, sí estamos hablando de funcionarios, mientras que no
podemos tratar de tales a aquellos que llegaron por ser
amigos de quien eran, por haber visitado muchos despachos,
por haber pegado muchos carteles publicitarios, hasta lograr
el huequecito que le va a proporcionar una nómina similar,
si es que no mejor, a la del funcionario, pero sin serlo.
Tras todo esto, vuelvo al comienzo de mi columna y vuelvo,
como funcionario que, también, soy con el orgullo de ver
como colegas míos, aunque en otras materias, que están ahí,
que conocen el mundo de la Administración, que cumplen y que
saben perfectamente lo que es su trabajo.
Actitudes así son las que valoran a unos auténticos
profesionales, y además funcionarios.
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