Es lo que viene sucediendo en
demasiados cargos y en instituciones que debieran renovarse,
como mucho, cada dos legislaturas.
Sé que llegados a este punto, especialmente los que están
ahí, me podrán decir que en muchos cargos de esos que están
siendo ocupados, hasta la eternidad, si se está en ellos es
porque salen elegidos una y otra vez. Nada que objetar a
eso, pero a lo que sí tendremos que objetar es a las normas
reguladoras que no colocan un tope para que nadie pueda
estar más de dos legislaturas en esos cargos.
Y es que uno ve, a lo largo de toda la geografía española,
que hay ciertos ocupantes, que no ”okupas”, de diversas
poltronas y que a esos no los echan de ahí ni con agua
hirviendo.
Quedándonos en Ceuta, sin cruzar el estrecho, el caso más
sangrante – hay otros también – es el de Aróstegui, que una
vez más ha vuelto a ser elegido, lícita y legalmente, para
el cargo, convirtiéndose en una especie de caudillo de CCOO,
y que no va a ser movido de ahí ni por los geo.
¡¡Ya hubiera querido para sí, en otros tiempos, un apoyo tan
vitalicio como viene ostentando Aróstegui, el ya olvidado D.
Francisco!!.
Y naturalmente se me tiene que decir que a Aróstegui lo han
votado, por mayoría aplastante sus seguidores, algo parecido
a aquella votación del “Vota Sí” de un catorce de diciembre
del año 1966, por ejemplo.
Aquello era fatal, las leyes protegían los manejos y esto
igual o peor, porque ¡¡A ver quien es el guapo que le pone
el cascabel al gato entre los “cocos” para querer salirle al
paso a Aróstegui!!.
Viendo la historia y haciendo comparaciones, con una misma
persona inamovible en el poder, las instituciones no es que
fallen, es que no pueden cambiar y así es como se explica la
falta de nueva imagen entre CCOO, aquí en Ceuta, por poner
un ejemplo.
Las votaciones, a su manera, legitiman el que las mismas
personas se perpetúen o se eternicen en los cargos que
parecen preparados para ciertas personas o para ciertos
apellidos, pero inabordables para los demás.
La proclamación, una vez más, de Aróstegui, para otros
cuatro años más, concretamente hasta 2017, es lo más
parecido que he visto en la historia reciente con la
aclamaciones en la Plaza de Oriente de los años sesenta y
con el viejo dictador saludando desde uno de los balcones
del Palacio Real. Uno con las leyes de hoy que le permiten
presentarse cuantas veces quiera y el otro, con sus leyes
logradas, de la forma que se lograron y que le mantuvieron,
de por vida, en el poder.
Aquello era pasarse, su legitimación sólo se la daban unas
leyes hechas entonces ad hoc. Esto avergüenza por haberse
convertido, dentro de las pseudo izquierdas, en un caudillo
de un grupo que en Dios creen y a él parece que le empiezan
a adorar.
Yo no sé si la estancia del “viejo caudillo” dejaría en su
testamento escrito que tras él, a su imagen y semejanza
Aróstegui fuera elegido y reelegido para siempre.
Con todo, yo mantengo un respeto total a las leyes, aunque
algunas de ellas dejen poros abiertos para encontrar
situaciones como esta que estamos tocando, ahora mismo.
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