La proclamación de Juan Luis Aróstegui para su continuidad
como secretario general de Comisiones Obreras hasta 2017 en
el IX Congreso celebrado este fin de semana, supone el mayor
exponente de caudillaje en un puesto de estas
características, en el que se ha perpetuado desde 1.987.
Toda una eternidad, con carácter vitalicio, ya que cuando
cumpla este mandato serán ni más ni menos que 30 años, los
que habrá liderado el sindicato.
Demasiados años como para descubrir que no tiene rival
dentro de este sindicato o que es muy difícil desbancarlo
porque, o no se atreven o no hay quien pueda. En cualquier
caso, si a nivel político en Estados Unidos se obliga a no
superar dos legislaturas y en España, José María Aznar
renunció a hacerlo por idéntico período, parece que a nivel
sindical ese “desgaste” no cuenta o no parece contar, pese a
que siempre hay que estar en primera línea “en lucha”
permanente contra la problemática social y laboral.
Juan Luis Aróstegui reconoció en su examen de conciencia o
autocrítica como llamaron algunos, que el sindicato ha
sufrido “desgaste” derivado de su actividad política y es
que, desde tiempo inmemorial, Aróstegui ha compartido la
dualidad partido político y sindicato como una misma cosa;
es más, se ha valido de gente del sindicato para labores
políticas del PSPC.
Cuando se lucha por el empleo desde un sindicato, cuando se
proclama que hay que cambiar la dinámica política a favor de
los más desfavorecidos, no acaba de entenderse muy bien,
cómo el secretario general de un partido de clase como
Comisiones Obreras es un pluriempleado de lujo. No se puede
estar defendiendo, al menos con la legitimidad moral
suficiente, desde una trinchera la lucha por el desempleo,
criticando que el Gobierno de Vivas hace bien poco por
remediar el paro en esta ciudad y, a la vez, que en casa del
secretario general de Comisiones obreras, entren cada mes
varios sueldos. Ya saben aquél viejo dicho que “no es lo
mismo predicar que dar trigo” o que “una cosa son los hechos
y otras las palabras”. Así, quien desempeña la dirección de
un Instituto, el del Puertas del Campo y acapara su
condición de diputado en la Asamblea de la Ciudad Autónoma
por su coalición con Caballas, además de ser secretario
general de Comisiones Obreras y presidir la Junta de
Personal Docente y, encima también tiene a su mujer
trabajando, es el menos indicado para desbarrar contra nadie
por la falta de empleo, ya que debería ser él mismo, quien
cediera alguno de sus sueldos para compensar la elevada tasa
de paro en Ceuta.
La concentración de poder en una misma persona le otorga,
por muy de izquierdas que éste sea, una vitola de caudillaje
imponente. No se entiende cómo se lucha contra el poder
desde otro contrapoder, no ya omnímodo sino polivalente,
desde la cúspide de un centro educativo, desde una
organización sindical puntera y, por si fuera poco, desde un
escaño en la Asamblea de la Ciudad Autónoma de Ceuta. Un
polivalente influjo que no hace más que demostrar cómo un
personaje público sufre la metamorfosis de sus mil caras en
otras tantas funciones dispares.
La autocrítica que ha hecho en el IX Congreso es un
ejercicio loable de humildad y de catarsis pero sería aún
más profundo y considerado que, tras sus múltiples etapas,
dejara paso a alguien que aportara aire fresco, ideas nuevas
¿o es que no hay sustituto posible para ocupar la secretaría
general de Comisiones Obreras? ¿No hay banquillo en este
sindicato? El liderazgo perpetuo es un signo de decadencia
cuando pasan los años y todo resulta tan monótono que no
deja posibilidad alguna a la renovación. Bien es verdad que
Comisiones obreras es un sindicato muy implantado en los
diferentes sectores sociales ceutíes, pero no es menos
cierto que se ha visto salpicado por las actividades
paralelas de su líder ¿natural? Mezclar los chivos con las
cabras, los galgos con los podencos, el PSPC con CC.OO,
durante la friolera de 30 años, podría llevar al sindicato a
un deterioro indirecto consecuencia del protagonismo de su
líder y con las repercusiones derivadas de su intensa
actividad polifacética.
No seré yo quien discuta el pronunciamiento congresual pero
tampoco me pueden privar de ejercer mi sentido crítico a los
modos y maneras de ejercer el liderazgo político-sindical
sin el menor recato.
Creerse la verdad y la vida es un ejercicio de soberbia
incompatible con la humildad que ha de prevalecer en un
sindicalista obligado “per se” a bregar con la clase obrera
y su problemática intrínseca.
Lo peor del caso es que, alcanzados unos niveles de
preeminencia, se puede llegar a pensar que todo el monte es
orégano o que, como diría Blas de Otero, “que inventen
otros”.
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