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OPINIÓN - LUNES, 4 DE FEBRERO DE 2013

 

OPINIÓN / EL OASIS

Pirómanos de coches
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La primera acepción de piromanía que viene en el diccionario es la de tendencia patológica a la provocación de incendios. En la piromanía (manía incendiaria), el psicópata encuentra una especie de liberación de sus conflictos provocando incendios. Así lo manifiestan quienes saben del tema. Incendiarios los ha habido siempre y los seguirá habiendo. Es el caso de Nerón, quien pasó a la historia como el autor del gran incendio de Roma, por estar desequilibrado o por intereses de la época.

Siendo yo niño, cuando el hambre apretaba de lo lindo y el Piojo Verde y la tuberculosis hacían estragos, se produjo en mi pueblo un incendio pavoroso en una planta de coñac de la Bodega Orborne. De aquel incendio me quedó el recuerdo de tres o cuatro personas haciendo de bomberos sin medios y jugándose la vida con un camión de risa y unas mangueras tan deterioradas como para que se terminara combatiendo el siniestro con cubos de agua procedente de una fuente cercana. Nunca se supo quién fue su hacedor. Pero se tenía la certeza de que estaba viendo cómo la gente se afanaba en combatirlo. E incluso participando.

A raíz de aquel fuego, se produjeron otros, en distintos pueblos de la provincia, quizá por el conocido efecto llamada. No en vano los pirómanos se excitan ante las llamaradas ajenas y, desde ese momento, principian a pensar que ellos pueden hacerlo igual o mejor que el anterior. En ocasiones suele desatarse una fiebre pirómana. A mí se me viene a la mente la misteriosa racha de incendios en Palma de Río. Y qué decir de los pirómanos del País Vasco. Cuántos de ellos, aprovechando el terrorismo callejero de ETA, no saciarían su gusto quemando autobuses y todos los utensilios callejeros al alcance de sus posibilidades.

Ceuta lleva ya mucho tiempo soportando los incendios de coches. Como en Palma de Mallorca, Barcelona y otros sitios. Y se producen tanto en el interior de los garajes como en plena calle. De varios de ellos, meses atrás, nos dijeron que los motivos eran para hacerse con los dineros correspondientes al seguro. Con lo cual desechamos la idea de que fuera obra de una mente enferma capaz de excitarse viendo el espectáculo dantesco de las llamas. La destrucción de todo lo alcanzable por una lengua roja y poderosa.

También se habló de que había personas interesadas en que se quemaran vehículos para luego hacerse con ellos y negociar con sus desguaces. Tales sujetos deberían estar controlados por la Policía. Porque no creo que sea tarea compleja para quienes han de velar por los intereses de los ciudadanos. Máxime cuando hay chivatos dispuestos a colaborar con las autoridades. Y si escasean, en estos momentos, la obligación del poder es dar con ellos.

No obstante, debido a que ahora nos ha tocado padecer la quema de vehículos, como algo habitual, no sería mala idea, por parte de quienes proceda, pensar que, además de los profesionales de semejante delito, puede haber pirómanos por enfermedad. Lo cual sí que sería peligroso.

Por consiguiente, y sin que haya en mí el menor deseo de dármela de Sherlock Holmes, bien haría la Policía, que no tiene un pelo de tonta, adentrándose por la vereda conducente a quienes sienten verdadera atracción por el crepitar de las llamas. Toda una danza atractiva para los amantes del fuego. Pues es bien sabido que se empieza tirando petardos, a edad temprana, y se termina manejando teas.
 

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