La primera acepción de piromanía
que viene en el diccionario es la de tendencia patológica a
la provocación de incendios. En la piromanía (manía
incendiaria), el psicópata encuentra una especie de
liberación de sus conflictos provocando incendios. Así lo
manifiestan quienes saben del tema. Incendiarios los ha
habido siempre y los seguirá habiendo. Es el caso de
Nerón, quien pasó a la historia como el autor del gran
incendio de Roma, por estar desequilibrado o por intereses
de la época.
Siendo yo niño, cuando el hambre apretaba de lo lindo y el
Piojo Verde y la tuberculosis hacían estragos, se produjo en
mi pueblo un incendio pavoroso en una planta de coñac de la
Bodega Orborne. De aquel incendio me quedó el recuerdo de
tres o cuatro personas haciendo de bomberos sin medios y
jugándose la vida con un camión de risa y unas mangueras tan
deterioradas como para que se terminara combatiendo el
siniestro con cubos de agua procedente de una fuente
cercana. Nunca se supo quién fue su hacedor. Pero se tenía
la certeza de que estaba viendo cómo la gente se afanaba en
combatirlo. E incluso participando.
A raíz de aquel fuego, se produjeron otros, en distintos
pueblos de la provincia, quizá por el conocido efecto
llamada. No en vano los pirómanos se excitan ante las
llamaradas ajenas y, desde ese momento, principian a pensar
que ellos pueden hacerlo igual o mejor que el anterior. En
ocasiones suele desatarse una fiebre pirómana. A mí se me
viene a la mente la misteriosa racha de incendios en Palma
de Río. Y qué decir de los pirómanos del País Vasco. Cuántos
de ellos, aprovechando el terrorismo callejero de ETA, no
saciarían su gusto quemando autobuses y todos los utensilios
callejeros al alcance de sus posibilidades.
Ceuta lleva ya mucho tiempo soportando los incendios de
coches. Como en Palma de Mallorca, Barcelona y otros sitios.
Y se producen tanto en el interior de los garajes como en
plena calle. De varios de ellos, meses atrás, nos dijeron
que los motivos eran para hacerse con los dineros
correspondientes al seguro. Con lo cual desechamos la idea
de que fuera obra de una mente enferma capaz de excitarse
viendo el espectáculo dantesco de las llamas. La destrucción
de todo lo alcanzable por una lengua roja y poderosa.
También se habló de que había personas interesadas en que se
quemaran vehículos para luego hacerse con ellos y negociar
con sus desguaces. Tales sujetos deberían estar controlados
por la Policía. Porque no creo que sea tarea compleja para
quienes han de velar por los intereses de los ciudadanos.
Máxime cuando hay chivatos dispuestos a colaborar con las
autoridades. Y si escasean, en estos momentos, la obligación
del poder es dar con ellos.
No obstante, debido a que ahora nos ha tocado padecer la
quema de vehículos, como algo habitual, no sería mala idea,
por parte de quienes proceda, pensar que, además de los
profesionales de semejante delito, puede haber pirómanos por
enfermedad. Lo cual sí que sería peligroso.
Por consiguiente, y sin que haya en mí el menor deseo de
dármela de Sherlock Holmes, bien haría la Policía,
que no tiene un pelo de tonta, adentrándose por la vereda
conducente a quienes sienten verdadera atracción por el
crepitar de las llamas. Toda una danza atractiva para los
amantes del fuego. Pues es bien sabido que se empieza
tirando petardos, a edad temprana, y se termina manejando
teas.
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