La paz y la tranquilidad reinaba
en la comunidad de vecinos, de un mi primo de mi compadre el
‘Tío Pericón’ de la Cañá de los tomates de Algeciras, sita
en un distrito habitado por ciudadanos encuadrados en los
escalafones de la clase media española, compuesta por
empleados y demás trabajadores que sustentan al Estado
español con los impuestos correspondientes.
Pero, algo imprevisto ocurrió en un no sé qué flechado o
arqueo del corazón, cuando la vecina del quinto, algo más
que cuarentona, se quedó prendada de un mozo con muy buena
percha, echándoselo como novio. Acogiéndolo para ella solita
en las cuatro paredes de su casa, la que cerraba a cal y
canto como mandan las tradiciones cristianas, cuando se
encontraba con él.
Pero, también tuvo la dama que hacerse cargo de la mochila
que el mendas traía consigo, que era ni más ni menos que un
diminuto chucho con o sin pedigrí que daba pena verlo, al
temblar constantemente debido a que estaba más esquelético
que el chivo de la legión o que el caballo ‘Rocinante’ del
Quijote.
La cuestión es que, es más que probable, que el susodicho
perro, no creció más debido a la mala leche que tenía.
Porque de día y de noche a todo cuanto se movía ladraba. Y
al ser consciente servidor que despertaba a todos los
moradores. Más lo azuzaba aún para que prosiguiera con sus
enloquecidos ladridos. Porque cuando el chucho escuchaba el
ascensor parar en el rellano de su planta, era una fiera. No
quiero ni contar, cómo se ponía de rabioso, cuando los
pesados de los testigos de Jehová llamaban insistentemente
en su puerta para que le abriera.
Un día, que fui con mi compadre a visitar a su primo. Ante
tanta escandalera que se había formado en la vecindad con
nuestra presencia. La vecina medio adormilada y en bata
abrió la puerta. El perro me hizo cara, viniéndose hacia mí
babeando bilis o rabia, con intención de morderme con sus
colmillos o dientes tan afilados como las guadañas de los
malos.
Pero, con la templaza aconsejable ante estas adversas
situaciones, ni me inmuté permaneciendo más quieto que el
mástil de la bandera española, que los nacionalistas
españoles del PP, colocan en una determinada plaza
madrileña, conmemorando el aniversario de la Constitución
española o, la Toma de Granada en 1492 por los Reyes
Caóticos, perdón, quise decir católicos.
Porque, sé cómo hay que reaccionar y tratar a estas fieras,
al poseer conocimientos a través de unos cursillos que me
impartieron los sindicatos verticales y horizontales, cuando
hice el Servicio Militar obligatorio en Cerro Muriano
(Córdoba), en tiempos de Paquito ‘El Chocolatero’, conocido
como ‘Paca la culona’.
El chucho, -prosigo porque me voy por los cerros del Palacio
de La Moncloa de Rajoy o por el Palacio Real Borbón-,
permanecía en posición de ataque y servidor en posición de
espera, preparado por si le tenía que pegar una patada en
los morros, con mis zapatos de punta fina de Segarra.
Mientras tanto, lo dejaba que me olisqueara. Y Al haber
visitado anteriormente la perrera de la Sociedad Protectora
de Animales, supongo, que algo de hembra me quedaría aún
impregnado, hasta en el pernil de los pantalones remendados
de pana que vestía.
Esta estampa, propia para ser filmada con una cámara oculta,
duró unos cinco minutos, hasta que el perro vencido por mi
pasiva paciencia, comenzó a mover el rabo en señal de
sumisión y aceptación. Por lo que, la vecina sacó su pipa de
la paz, y nos las hincamos los dos en un rincón del rellano
a media luz, llegando la humareda a colarse por las rendijas
de todo el bloque y en los colindantes. Formándose tal
cachondeo, hasta el punto, que comenzaron a sonar las ‘arradios’,
tocadiscos y picús con discos de vinilo. Unos con canciones
desesperadas, otros por fandangos de la ‘Niña de los
peines’. Y hasta hubo una vecina, la más mona de todas, que
puso “Mi carro me lo han robado estando de romería”.
El carro, no sé si se lo robaron, pero lo que sí sé es que
“La Loren tenía un conejo chiquitito y juguetón”. Pero para
juguetona, como se puso la vecina propietaria del chucho.
Parecía que se había fumado un canuto más gordo y largo que
el palo de la fregona, que usaba el que suscribe para
limpiar las letrinas del Regimiento Mixto de Artillería
numero 5 de Algeciras.
¡Madre del amor hermoso!, qué risas más desbordadas y
escandalosas expelía esa mujer por sus desdentadas
entrepiernas. Parecía que había entrado en celo, siendo un
volcán en erupción. Por ello, los machos de la zona al
olerse la ‘tostá’ comenzaron la berrea, como lo hacen los
ciervos, en la tupida arboleda en la Ruta del Toro del
Parque Natural de los Alcornocales.
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