Me van a permitir que no me
levante de mi asiento para buscar el texto, de cuyo nombre
ahora no me acuerdo, donde hace ya mucho tiempo leí un
estudio minucioso, hecho por muy reputados especialistas de
la mente humana, en el que llegaban a la siguiente
conclusión: “Todos los grandes líderes políticos han dado
muestras evidentes de tener perturbadas sus facultades
mentales”.
Ninguna de las más admiradas y también odiadas figuras de la
política se salvó de ser tachada de demencia. De tomar
decisiones que sólo un loco podría atreverse. Y dieron
nombres que han pasado a la historia como figuras de gran
relevancia mundial. Figuras extraordinarias, cuya
enumeración me ocuparía gran parte del espacio del cual
disfruto. Pero que todos ustedes tienen sus nombres en la
punta de la lengua. Que tampoco es cuestión de aprendérselos
como nos obligaban a los bachilleres de antaño a hacerlo con
los reyes godos.
Pues bien, cuando pasen los años precisos (esos que los
historiadores dicen que han de transcurrir para poder
analizar desde la distancia y, naturalmente, con la pizca de
neutralidad necesaria, cómo han sido los primeros treinta y
tantos años de nuestra democracia), a buen seguro que
quienes saben dirán que la política estaba dirigida por
líderes (!) muy cuerdos pero que hacían la vista gorda ante
la corrupción generalizada que se había instalado en todos
los partidos. Con más posibilidades, claro está, en los dos
más importantes: Partido Popular y Partido Socialista Obrero
Español.
Eso sí, estar cuerdo no significa que la política esté
saturada de lumbreras y de personajes con los dídimos bien
puestos. Ya que habría que haber visto a nuestros actuales
dirigentes teniendo que tomar las decisiones que hubieron de
tomar aquellos que fueron tachados de enajenados,
delirantes, insanos, maniáticos… Porque ya me contarán
ustedes cómo quedaría Truman cuando decidió que había
que emplear armas nucleares contra Japón. Y qué decir de
Churchill ordenando bombardear la ciudad alemana de
Dresde, sin el menor atisbo de piedad para sus habitantes.
Cierto es que Aznar, el más guerrero de nuestros
presidentes democráticos, vio el cielo abierto cuando se le
presentó la oportunidad de compartir con Bush tareas
bélicas en Irak. Aquello fue una demostración de valor
intrépido del que todavía se habla en Washington. La pena es
que tan grande historia, ganada a pulso por el marido de la
alcaldesa de Madrid, pueda quedar en agua de borrajas por
mor de un tal Bárcenas que entonces formaba parte del
grupo de personas que más influían en el partido del mejor
presidente, según lo populares, de la España democrática.
Lo de Luis Bárcenas, onubense, alpinista, y con la
taleguilla tan en su sitio como la tenían sus paisanos
Litri o Chamaco, me refiero a los toreros padres,
pues que los hijos demostraron con creces estar cortitos de
coraje, ha sido un duro golpe para el PP.
A Bárcenas, como tesorero, hay que reconocerle, además de
valor desmedido para pisar terrenos complicados a fin de
convertirse en un Creso, que se ha empleado con
inteligencia. Y ha puesto de los nervios a la cúpula de un
partido cuyos militantes presumían de ser el más honrado del
mundo. De los nervios están atacados sus dirigentes y
puestos en entredicho. Porque todos están bajo sospechas. La
cosa es para que se vuelvan locos. Que es lo mejor que
podrían decir de ellos cuando toque…
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