Sobre la memoria hay muchas citas.
Pero hay una que trata de desacreditarla: tachándola de ser
la inteligencia de los tontos. Vaya usted a saber de qué
quería precaverse quien así opinaba de ella. Yo no he
tratado nunca de cultivar mi memoria para aplicarla a la
indignidad humana. Aunque tan poco estoy muy convencido de
lo que decía, a cada paso, un amigo, ya fallecido: “Que los
más desmemoriados, tanto para lo bueno como lo malo, son los
que demuestran saber vivir”.
Lo mejor que tiene la memoria, para mí, es lo que pensaba
acerca de ella Michel de Montaigne: “El que no esté
seguro de su memoria debe abstenerse de mentir”. Y tanto.
Porque siempre, y ahora más que nunca, debido a la
tecnología tan avanzada, “Se coge antes a un mentiroso que a
un cojo”. Y perdonen que haya echado mano de un refrán que
nunca anduvo bien visto.
La memoria sigue funcionándome a la perfección. Es de lo
poco que puedo presumir. Quizá por estar muy cortito de
caletre. Así, en cuanto me ha dado por hurgar en la alacena
donde almaceno los recuerdos, he encontrado entre muchos de
ellos uno que les voy a contar.
Ocurrió hace ya bastantes años que mi amistad con un
empleado de un Banco que había en la ciudad, empleado con
cargo destacado tras el director, me hizo confiar en él
hasta el punto de darle carta blanca para que administrara
mi cuenta. Una cuenta que entonces respondía a las
necesidades de un negocio que yo regentaba. Y me engañó.
Pedí ayuda a una consultoría, dirigida por una persona que
había ganado fama de ser la más reputada del mundo mundial,
y ésta me recomendó a un abogado del tinglado que se puso a
disposición del Banco. De tal manera que si no reacciono
termino yo siendo reo del asunto.
Cambié de abogado, no sin antes reprocharle al Fulano que me
había descrito al anterior como si fuera un lince -y lo era,
claro que sí, pero para ponerse de parte del Banco y darme a
mí matarile moral y económico-. El cual me respondió que ese
abogado era muy malo en todos los sentidos. Y que formaba
parte de la empresa forjada por él dada la amistad que su
familia mantenía con la del leguleyo.
Pasado un tiempo, y a medida que se iba aclarando que la
razón estaba de mi parte y que la Justicia terminaría
sentenciando a mi favor, recibí la siguiente propuesta por
parte de la persona en la cual yo confiaba ciegamente: “Me
han dicho que te ofrezca tres millones de pesetas si retiras
la denuncia contra el Banco y te marchas de Ceuta”.
En aquel momento, además de negarme rotundamente a aceptar
la oferta que se me hacía, me di cuenta de que mi
interlocutor no era trigo limpio. Que era un artista de la
impostura permanente. Con el único fin de medrar en
cualquier actividad que decidiera emprender. No me pregunten
por su nombre. Porque la memoria no me vale todavía,
afortunadamente, para referir indignidades con nombres y
apellidos.
Ahora bien, sí me vale para contar historias como éstas,
verídicas, para que, de una vez por todas, pasen controles
de buena conducta quienes quieran hacer política activa. De
haber pasado esa criba, la persona a la que me refiero no
estaría donde está... Sí, ya sé que todos cometemos errores…
Pero no todos tenemos tan grandes aspiraciones políticas.
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