Uno recuerda, cuando era un
pequeñajo y comenzaba a darse cuenta de que estaba en la
vida, con lo que eso significaba, que de los diez
mandamientos que había, en la etapa preconciliar, y que
parece que siguen existiendo todos ellos en los años que han
seguido – ya muchos- al Concilio Vaticano II, de esos diez
en el que más se insistía que había que respetar, que no
había que ir contra él, era en el sexto.
Ahora, cuando han pasado los años para todos, ni desde los
púlpitos, ni desde otro tipo de tribunas, se hace alusión al
sexto mandamiento, porque nuestra moral, es posible que con
buen criterio, ha cambiado rotundamente y lo que hace
cincuenta o sesenta años era la fruta prohibida, ahora ya
entrados, bien entrados, en el siglo XXI, es algo que va y
debe ir con la propia naturaleza humana, especialmente si
está en edad de “producir”.
Llegados a este punto nos surge la pregunta que no podemos
esquivar ¿Nos hemos quedado sin mandamientos?. Más bien no,
ahora, por el mero hecho de que son los que más son
ultrajados, nos estamos fijando y mucho en dos, el quinto y
el séptimo, muy especialmente en éste, porque,
particularmente, la casta dominante, o lo que es lo mismo la
casta política es contra el que más va, cosa que hoy no lo
discute nadie y mucho menos el pueblo llano.
Del sexto mandamiento nos hemos olvidado hacer
prohibiciones, del cuarto no queremos saber nada, y mucho
menos porque incluso las leyes de la progresía aplauden que
se pueda denunciar a tu propio padre, por el simple hecho de
que éste haya dado un “soplamocos” al nene desvergonzado que
no hace los ejercicios para el colegio o tiene por norma
reírse de los abuelos.
Si echamos un vistazo a los tres primeros de los
mandamientos, ni el primero, ni el segundo, ni el tercero
parecen tener cabida en el ambiente social que nos
desenvolvemos, con lo que, para no eliminar todo, tendremos
que saltar al octavo, totalmente cambiado, por aquello de
que decir la verdad, hoy, no ayuda a casi nada,
especialmente cuando se trata de encontrar algún camino
tortuoso para sacar beneficios personales o sociales,
naturalmente también políticos.
Poco nos va quedando, pues el noveno ni se toca, porque ya
me dirán en qué barrio, en qué profesión o en qué situación
no se jacta el “don Juan de turno”, si ha hecho cuatro
requiebros a la vecina del octavo, por ejemplo. Eso, seguir
a rajatabla este noveno mandamiento, iría contra la hombría
de más de un macarra frente a la sociedad. Vamos terminando,
porque tampoco exige guardar o proteger el mandamiento en
cuestión.
Y para terminar, ¡¡Cómo no!!, otra vez eso que no te
pertenece y que se pone por delante, ante lo cual o un tonto
o un desfasado de esta época volvería la espalda, los demás
no.
Al final, y como conclusión, mira por donde, esos diez
mandamientos, también aquí, se vienen a cerrar en dos o a lo
sumo en dos y medio, séptimo y décimo casi unificados, por
eso lo del medio, de una parte y el quinto de otra parte, al
que especialmente ciertas mafias que buscan algo más que lo
simplemente económico, y que no toleran el hecho de que
algunas personas deban permanecer en la vida, es rechazado y
se lo saltan sin piedad.
Y ya es cambiar, con los tiempos modernos, el que ni
siquiera los ordenamientos del propio Dios se dejen en su
sitio. Aquí todo cambia sin que haya una primera cabeza
capaz de romper esas tablas, como hace muchos siglos uno de
los que más cerca estuvo de la propia divinidad fue capaz de
romper, tras descender del monte donde había estado
“dialogando” con el mismo Dios.
La historia nos ha hecho cambiar, la moral es otra, pero los
contenidos de esa moral, aunque cambiándolos de sitio siguen
vigentes, eso que no lo olvide nadie, y no soy de confesión
diaria.
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