La irresponsabilidad ha cegado
nuestra visión del futuro. Vivimos inmersos en una mundanal
confusión. Necesitamos desesperadamente salvar vidas
humanas, pero también salvarnos de la incertidumbre de un
porvenir cada día más complicado. Son los efectos de un
problema ético que no acertamos a resolver racionalmente.
Ciertamente el diálogo y el debate siempre son fundamentales
para llegar a un compromiso de mínimos, bajo una perspectiva
global de valores, sin los cuales corremos el riesgo de
acrecentar aún más este caos. Desde luego, no se puede
salvar el futuro sin responsabilidad, o lo que es lo mismo,
sin una sana conciencia de prácticas éticas. Es hora de
reafirmar ciertos principios y de eliminar aquello que nos
destruye como persona. Los valores no han sido creados por
los filósofos o teólogos para sus teorías, sino para ayudar
a la humanidad a organizarse y a vivir. Ahí están los
derechos humanos para llevarlos a la práctica, para
defenderlos a muerte, para reforzarlos y robustecerlos.
Necesitamos la cohesión de un mundo cada día más
globalizado, sin tener que recurrir a la fuerza, para salvar
el futuro que todos nos merecemos.
Por desdicha, las relaciones internacionales cada día son
más dificultosas, en parte porque los valores universales no
se consideran. Tantas veces ejercemos la irresponsabilidad
con compromisos adquiridos, como puede ser la de hacer
realidad los derechos humanos básicos y satisfacer las
necesidades humanas, que corremos el peligro de olvidarnos
de que somos ciudadanos de un mismo planeta. Lo mismo sucede
con el compromiso por el bien común que sigue sin abarcar a
toda la familia humana. Hemos perdido el coraje de ayudarnos
unos a otros. Precisamente, el tema de este año con ocasión
del Día Internacional de Conmemoración en memoria de las
víctimas del Holocausto (27 de enero), rinde homenaje a
quienes pusieron en peligro su vida y la de sus familias
para salvar a judíos y otras personas de una muerte segura
bajo el régimen nazi. Todas estas historias tiene un hilo
conductor común: la compasión por el ser humano, la valentía
de salvarlo, la acción incondicional por construir un mundo
mejor. Con su ejemplo, estos héroes anónimos, no sólo nos
han defendido el futuro, nos legaron la mejor defensa de la
especie, la dignidad humana.
No se trata de volverse sobre sí mismo, sino de interactuar
con los demás, y juntos trabajar por hacer la vida más
humana. Por desgracia hemos caído en una desconfianza,
quizás por tanto desengaño sufrido en propias carnes, que
nos impide avanzar. Sería bueno, por consiguiente, activar
una cultura basada en nuestros valores compartidos. No es
humano, ni tampoco responsable construir un caparazón para
proteger a una parte de la humanidad, mientras la otra se
hunde en la miseria. A mi juicio, es prioritario forjar un
futuro esperanzador que nos aglutine a todos, desde una
política globalizada a partir de las muchas experiencias que
ya tenemos. Puede que precisemos nuevas maneras de
interrelacionarnos e incluso de vivir, con nuestros
semejantes y con la propia naturaleza circundante. Puede que
también sea menester descubrir de dónde venimos y hacia
dónde queremos caminar.
Por tanto, no podemos degradar a nadie, todos somos
imprescindibles, nosotros mismos somos parte de esa hábitat
llamado Tierra. A propósito, pienso que puede hacernos un
gran bien, potenciar esta visión ética (o estética), con la
búsqueda de un sentido transcendente de las cosas. En todo
caso, la espiritualidad implica superar el materialismo
reinante y avivar una relación más respetuosa con el ser
humano. Mientras la economía siga devorando la esencia de la
vida continuaremos a la deriva. Seguiremos gastando más
dinero en armamento que en programas sociales. Sin duda,
resulta detestable esa avaricia de algunos países, que
nadando en la abundancia, no hacen nada por al menos
transmitir sus conocimientos, para que otros no se ahoguen
en la indigencia. Así no se construye el mañana, más bien se
destruye.
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