Temo haber agarrado un romadizo.
La persona a la que me dirijo se le calca en su cara la
extrañeza de quien no sabe ni papa de lo dicho por mí.
Pronto caigo en la cuenta de que a nadie se le ocurre
expresarse de tal manera para comentar que ha cogido un
catarro de la mucosa nasal. Lo cual no significa que el
sustantivo empleado no sea correcto. Que lo es. Aunque suene
raro.
Y lo primero que hago es disculparme con mi interlocutor. El
cual aprovecha la situación para decirme que ha leído que
Ceuta está que se sale en cuanto al número de personas que
padecen la gripe, y me habla además de que predomina un tipo
griposo conocido mediante una combinación de letras y de
números que parecen más la combinación de una caja fuerte
que la designación de una infección vírica.
Y le pregunto qué dicen los médicos al respecto. Y me pone
al tanto de las recomendaciones: beber líquidos, evitar el
consumo de alcohol y tabaco, y tomar medicación para mejorar
los síntomas, así como reducir la fiebre. Casi lo de
siempre.
Menos mal…, le digo. Porque hubo un invierno, allá cuando
los ochenta estaban dando las boqueadas, en que un médico
escribió un artículo divulgador sobre los riesgos de la
gripe, y dijo que podía desencadenar complicaciones “como la
neumonía viral, siendo entonces la mortalidad alta sobre
todo si afectaba a enfermos cardiópatas crónicos, etcétera”.
Nunca agradecí tanto un etcétera. Porque el del médico hizo
posible que me deleitase con un dardo delicioso que le
dedicó el maestro Lázaro Carreter. Por cierto,
quienes escriben en periódicos y hablan públicamente en los
medios, deberían leerle con asiduidad y provecho. A lo que
iba, y transcribo literalmente lo que escribió al respecto
el hombre que tanto defendió la lengua española.
“A muchos lectores como a mí mismo, se les habrá detenido el
pulso. ¿Corre ese peligro quien padece tortícolis? ¿O
coxalgia, escrófula o podagra? ¿Afectará la terrible
neumonía al palúdico, al ictérico o al varicoso? El doctor,
con su olímpico etcétera, nos ha dejado a todos expuestos al
siniestro mal, porque ¿quién no padece siquiera una jaqueca?
¿También la migraña constituye alto riesgo?”.
Puede ser que la gripe sea un siniestro mal para todas las
personas metidas en años y que, en mayor o menor medida,
estemos ya padeciendo varios alifafes. Y que tengamos que
prevenirnos contra las complicaciones. Es ley de vida y creo
que todos los que militamos en esa multitud que han dado en
llamar, con sobrada cursilería, Tercera Edad, debemos ser
consecuentes y vivir la realidad de lo que nos espera.
Pero hay otro virus mucho más dañino que se llama paro. Y
que está ciudad también destaca por él. El paro es una
enfermedad que causa pánico a quienes la padecen. Y el único
remedio es proporcionar trabajo a quienes no lo tienen. Ya
que el hombre nació para trabajar. Y cuando no lo hace se
comporta como una fiera enjaulada. Amén de sentirse
emasculado.
Máxime si mira a su alrededor y ve que los hay instalados en
una vida muelle. En puestos designados a dedo por obra y
gracia de un jefe de partido político con mando omnímodo
para dar y quitar prebendas. O hacer del nepotismo su mejor
arma para domeñar la voluntad de muchas personas. Y qué
decir cuando los parados, hartos ya de buscar empleo y
deciden darse por excluidos del régimen laboral, se enteran
de que la corrupción no cesa. Y que él, sin embargo, es
considerado, cada vez más, un pobre diablo.
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